EN EL DÍA DE LA MADRE...
Hace
años
En torno a este mes de mayo quise dedicar estas líneas a un tema que me apasiona, la maternidad y el poder transformador que tiene en una mujer. La maternidad detona una transformación que comienza desde el momento en que se toma conciencia de que se ha empezado a formar una nueva vida dentro de nosotras; una realización que gradualmente abarca irreversiblemente lo físico, psicológico y todos los aspectos de nuestras vidas. Con qué ilusión y alegría se arranca esta etapa; con muchas interrogantes, suposiciones, sueños, aunque también inseguridades y miedos. Marca un antes y un después en la vida y el ser de una mujer. Una frase al respecto: “Cuando se produce un nacimiento, no solo nace una nueva vida, sino que nacen miedos y esperanzas. Nace una Madre y sigue siendo Madre para toda la vida”. Estoy convencida de que la maternidad integra diferentes roles que van fraguando una identidad realzada de la mujer.
Es innegable reconocer que la maternidad también acarrea nuevos desafíos y retos imprevistos que a veces se afrontan con inexperiencia, ingenuidad e inseguridad. El mundo no se ve ni se interpreta igual, todo ha cambiado. Repentinamente nos necesitan constantemente y no siempre es fácil manejar la exigencia que eso conlleva. El “mamá” resuena hasta en sueños, una palabra que ha adquirido una nueva dimensión porque nos activa para una disposición de entrega inmediata, ya sea para aliviar una calentura, tratar de gestionar un capricho, dar un abrazo o dirigir una mirada de cariño.
Nuestra escala de prioridades cambia de orden y el caos se convierte en una constante. El retorno al trabajo se torna en un nuevo reto, pues implica dejar atrás lo que más se ama; se lucha por mantener el enfoque en una mente inundada por “to do lists” que se multiplican y llena de emociones de todos los colores y patrones. El cansancio se abre camino por más que no tengamos tiempo para él. Los consejos abundan, en algunos encontramos mucha sabiduría y en otros algunas contradicciones, y nos instan a tomar tiempo para cuidarnos para poder cuidar mejor a los nuestros; pero hay días en que el famoso
“self-care” se visualiza no solo como algo difícil de alcanzar, si no que algo utópico.
Nuestro cuerpo tampoco es el mismo, también en él se reflejan las marcas de esta nueva etapa. Marcas que debemos llevar con orgullo, sin embargo, frecuentemente bajo la presión de superficialidad de la sociedad y una imagen distorsionada de cómo debe ser y verse una mujer, buscamos regresar a la “versión anterior”. No perdamos de vista e interioricemos la grandeza de lo que hemos experimentado al convertirnos en madres.
No se deja de ser mamá nunca. Sin embargo, gradualmente, esas personitas tan llenas de amor y energía que nos han ayudado a encontrar la plenitud en nuestra entrega incondicional hacia ellas nos van a ir buscando menos, necesitando menos; van a buscar mayor validación de sus pares y menos de nosotras. La admiración ciega que sienten y reflejan sus ojos va a ir menguando. El amor también se va a transformar en un amor más maduro y menos idealista. Tendremos menos interrupciones y más silencio, tiempo personal y espacio mental para revisar nuevamente esa escala de prioridades, para retomar retos personales que nos llenan y nos ilusionan; pero el recuerdo de la adrenalina y la magia de esos primeros años de maternidad quedará arraigado en lo más profundo de nuestro ser.
Qué importante se vuelve hacer una pausa en la maratón de la vida, para tomar conciencia plena del momento presente, apreciar y valorar la bendición infinita de la maternidad y de tener a alguien a quién amamos con todo nuestro ser que nos llame “mamá”.
Con qué ilusión y alegría se arranca esta etapa; con muchas interrogantes, suposiciones, sueños, aunque también inseguridades y miedos. Marca un antes y un después en la vida y el ser de una mujer.