LOS FENÓMENOS SON LOS MISMOS PORQUE LA CRISIS ES TRANSVERSAL
a crisis que toca de modo transversal al periodismo centroamericano, con erosión de los índices de libertad de prensa y de acceso a la información desde Guatemala hasta Panamá e incluyendo la imposibilidad de realizar el trabajo de manera independiente en Nicaragua, es la misma precariedad que las repúblicas del istmo han sufrido en los últimos años. Por supuesto, la primera forma parte de la segunda, es una expresión irremediable de la tendencia regional al desmantelamiento democrático.
Además de no ver la parte sino el todo, el reto de los observadores de esta situación es no perder la perspectiva histórica y recordar que el acelerado proceso que ha llevado a varios países de Centroamérica a padecer gobiernos populistas y autocráticos y a resignar la administración del Estado a déspotas con legitimación electoral comenzó hace dos o tres décadas, con la apertura democrática que con distintos matices, alcances y posibilidades se abrió en cada uno de los territorios del Triángulo Norte.
Desde la última década del siglo XX, es posible imaginarse a Guatemala, Honduras y El Salvador como un solo país, así de parecidos sus sucesivos problemas de institucionalidad incipiente, crecimiento del aparato público, clientelismo, delincuencia organizada, violencia inscrita en el tejido social y migración. Y el cemento que ha unido, explicado y desatado esos fenómenos es la poco satisfactoria experiencia democrática vivida por las tres naciones, que tras años de dictadura, tensión civil e incluso conflicto armado creyeron en procesos de pacificación y participación de largo alcance.
Abrir esa posibilidad fue un mérito de aquella generación; en el caso salvadoreño, aunque el revisionismo infantil incentivado por el oficialismo tiende a minimizar los beneficios de la pacificación, en dicha coyuntura hubo un ejercicio de pragmatismo, madurez y patriotismo inspiradores. La puerta que se abrió al cambio, a la construcción de una sociedad con otros paradigmas, le quedó grande a los constructores de la paz, pero
Lese es un segundo estadio de dicho proceso.
Casi refundadas en esos años, las repúblicas centroamericanas fueron prolíficas en legislación, instituciones y en suma en la confección de un nuevo orden jurídico, el alegado triunfo del Estado de derecho. Pero a la vez unos gobiernos más que otros fueron presa fácil de las mafias internacionales del crimen organizado y de la corrupción que ya había arrodillado a esos países en el siglo anterior; esos dos flagelos empobrecieron sin remedio el servicio que el Estado debía darle a la nación guatemalteca, hondureña y salvadoreña, y tomaron como rehén colateral a la democracia, a la que se achacan injustamente los pecados de las administraciones mediocres, incompetentes y aviesas que el Triángulo Norte soportó en los primeros veinte años de esta centuria.
Por eso es que como concepto y como aspiración, la democracia ha perdido tantos enteros en la región: porque quienes recibieron el poder a través suyo cumplieron un papel pobre y hasta incurrieron en delito, y porque los ciudadanos que esperaban unos frutos nobles de la participación popular en política recibieron mayoritariamente un palmo de narices.
Así se explica la simultaneidad de lo que pasa en la zona, los mismos manierismos tiránicos, la misma persecución al periodismo, el discurso de odio contra opositores y críticos, la resistencia al disenso y la satanización del debate: la clase política no se superó, objeto de los mismos vicios y pecados, pero al otro lado de la función pública hay un ciudadano cada vez menos exigente y crítico, y entre ambos, gobernante y gobernado, hay un juguete roto, el de la democracia.
Así se explica la simultaneidad de lo que pasa en la zona, los mismos manierismos tiránicos, la misma persecución al periodismo, el discurso de odio contra opositores y críticos, la resistencia al disenso y la satanización del debate: la clase política no se superó, objeto de los mismos vicios y pecados, pero al otro lado de la función pública hay un ciudadano cada vez menos exigente y crítico, y entre ambos, gobernante y gobernado, hay un juguete roto, el de la democracia.