La Prensa Grafica

EN PLENA COMPAÑÍA PASIÓN AL AIRE LIBRE

CANTAN LOS GRILLOS, Y LAS NUBES, QUE YA LOS CONOCEN DESDE SIEMPRE, SE ASOMAN A SUS BALCONES A ESCUCHAR EL CONCIERTO, QUE ES EL MEJOR DE TODOS

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Cada vez que podían se dedicaban a hacer su recorrido nocturno por los espacios aledaños, que en su mayoría eran arbolados. Era una costumbre familiar para ambos, que se criaron y se conocieron en el mismo barrio. Cuando contrajero­n nupcias, tal proceder acostumbra­do pareció hacérseles más propio, porque ahora era parte de su enlace de vida.

Pero vivir es un proceso que siempre está expuesto a las insospecha­das sorpresas, y en el caso de ellos eso comenzó a pasar sin que al principio tomaran conciencia de que estaba siendo así. Hasta que una noche, al salir, se sintieron acompañado­s sin que advirtiera­n de quién se trataba. Y él fue al fin el que se animó a mencionarl­o: --¿Cómo te sentís en este paseo: tranquila o inquieta? --Qué pregunta más rara –respondió ella--. ¿A ti te pasa algo?

Él negó con la cabeza, y siguió caminando como si nada; pero unos cuantos pasos después, se detuvo. Aspiró a profundida­d. Observó su entorno.

--Creo que alguien está observándo­nos. ¿No te has dado cuenta tú?

--¡Amorcito estás desvariand­o! Aquí no hay nadie. No vas a decirme que los árboles son fisgones o que los postes del alumbrado tienen alma de espías…

Ambos se rieron, y, sin ponerse de acuerdo, levantaron las miradas hacia arriba, bajo el impulso de una intuición compartida:

--¡Te amamos, luna llena, por hacer que nuestro paseo nocturno se nos impregne de emoción inesperada, con una compañía así! ¡Sonriamos los tres para sentirnos plenos!

Desde niño fue apasionado de la nocturnida­d, sin tener ninguna idea sobre cuál podría ser el origen de dicho apego. En aquellos entonces vivía con su abuela materna, en una pequeña casa de una sola habitación, ubicada al extremo en un vecindario suburbano, porque con ella lo dejaron sus padres que no volvieron a ocuparse de él.

Quizás por eso, para él nocturnida­d era sinónimo de ilusión vagabunda, y así se lo decía a sí mismo en sus relatos testimonia­les, escritos en un cuaderno rústico, en los que hablaba por vía de otras voces. Nadie conocía dichos relatos, porque él los guardaba como su tesoro personal, y en verdad eso era lo que le representa­ban. Permanecía­n ahí, en una gaveta del armario donde tenía su ropa, y la privacidad parecía perfecta, hasta que una tarde fue a buscar aquel cuaderno y no lo encontró donde siempre lo dejaba. Sintió un pálpito desconocid­o de profunda intensidad. No hizo ninguna pregunta, pero en las noches siguientes apenas pudo descansar. Y eso llegó al punto en que el impulso de salir a vagar al descampado se le salió de control, como si alguien lo llamara con apremio. Era noche de luna creciente, y en los alrededore­s no había absolutame­nte nadie. Bueno, nadie es mucho decir.

Porque las caravanas voladoras de ellas se movían en el aire quieto. Nunca las había visto y sentido así. ¡Eran sus historias convertida­s en luciérnaga­s!

Se detuvo a contemplar­las. ¡Y sí, eso eran! ¿Y qué era lo que a él le otorgaba esa seguridad tan plena? El vuelo mágico que surgía de la interiorid­ad más honda…

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