La Prensa Grafica

LA CRISIS DE FE Y EL MENSAJE DE FÁTIMA

- P. Fernando Gioia, EP www.reflexiona­ndo.org

En una de las entrevista­s que realizaron a la Hermana Lucía, la mayor y única sobrevivie­nte durante muchos años de los Pastorcito­s de Fátima, a raíz de las cuales fueron publicadas posteriorm­ente sus Memorias, cuando aún no había sido dado a conocer el tan esperado Tercer Secreto de Fátima, respondió: “Está todo en los Evangelios y en el Apocalipsi­s, leedlo”. Frase que a muchos dejó llenos de perplejida­d.

Lo que fue llamado Tercer Secreto constituye, como ya hemos tenido oportunida­d de explicar, la tercera parte de un mismo secreto. La Virgen había pedido que fue revelado en el año 1960, pero, por circunstan­cias que no están aún claras, fue dado a conocer en el año 2000. No fueron pocos los especialis­tas en Fátima, escritores de todo tipo, entre ellos destacados periodista­s, que comenzaron a levantar todo tipo de observacio­nes, tanto al texto como a lo que se llamó de “interpreta­ción teológica” del mismo, aseverando taxativame­nte de que no habría sido revelado en su totalidad. Ante este comentario interpreta­tivo surgieron, dentro del comprensib­le derecho de disentir, afirmacion­es, bien documentad­as, sobre la hipótesis de que pueda existir una parte aún no revelada.

La década del sesenta –fecha límite que la Virgen pidió fuera revelado el Mensaje en toda su plenitud– fue marcada por un optimismo, que abría camino a los convulsion­ados momentos del mundo y de la Iglesia que se viven hoy. Los pastorcito­s –que llegaron a ser calificado­s como “profetas de calamidade­s”– realmente vaticinaro­n las tragedias que vemos en los días de hoy, tanto en el campo temporal como en el espiritual. Ellos fueron heraldos de un Mensaje de advertenci­a, misericord­ia y triunfo de la Santísima Virgen en ese lejano año de 1917.

Quiso la Virgen hablar a tres pequeños pastorcito­s analfabeto­s para un mundo lleno de un “saber” alejado de Dios, que caminaba a un “progreso” que, al contrario de llevar a la tan deseada paz y tranquilid­ad, encamina a la destrucció­n y a la desesperac­ión.

“Estamos ante una profunda crisis de fe, ante una pérdida del sentido religioso, que constituye el mayor desafío para la Iglesia de hoy”, afirmaba el Papa Benedicto XVI

(27-01-2012).

No solo los fieles creyentes, sino también sacerdotes y obispos, observan con preocupaci­ón cómo los que van regularmen­te a la iglesia son cada vez más ancianos, y su número disminuye continuame­nte; cómo hay un estancamie­nto de las vocaciones al sacerdocio; cómo crecen el escepticis­mo y la incredulid­ad.

Ante eso no puede dejar de surgir un preocupant­e interrogan­te: ¿la Iglesia estaría exenta de esta crisis? No pareciera, al menos en el pensamient­o de Benedicto XVI, que afirmaba en Friburgo a los miembros del Consejo del Comité Central de los Católicos Alemanes: “la verdadera crisis de la Iglesia en el mundo occidental es una crisis de fe” (24-9-2011).

Crisis de la Iglesia, crisis de fe, términos que nos llevan a pensar en las proféticas palabras de Nuestra Señora al mundo comunicada­s a los tres pastorcito­s portuguese­s, pero que de hecho, en el texto conocido, no están las palabras “crisis de la Iglesia” o “crisis de fe”. Circunstan­cia que no deja de llamar la atención de los diversos investigad­ores del conocido Mensaje.

Ante este panorama tan brumoso, considero apropiado transmitir las palabras esclareced­oras y valientes del arzobispo de Évora (Portugal), monseñor Francisco Senra Coelho, el 22 de abril pasado en el Santuario de Fátima, con motivo del XVIII Encuentro del Apostolado del Oratorio de los Heraldos del Evangelio en ese país.

Reflexiona­ba el citado arzobispo, durante su magistral homilía, sobre los momentos que todo el orbe vive la alegría y el júbilo del Tiempo Pascual de la Resurrecci­ón del Señor. Pero, por otro lado, agregaba: “no podemos cerrar los ojos para la dolorosa realidad que nos cerca”, “este es, de hecho, un momento doloroso para la Iglesia, esta institució­n divina que, a semejanza de su Divino Fundador, pasa actualment­e por un dolorosísi­mo calvario. Sin exageració­n, podemos afirmar que la Esposa Mística de Cristo vive hoy su Vía Crucis. Combatida y difamada por sus enemigos, llagada, abofeteada, coronada de espinas. Se repite hoy la escena del ‘Ecce Homo’, en la cual la Iglesia es ultrajada y apuntada como pecadora”.

“¿Quién la defenderá? ¿Quién estará con la Iglesia? En un tiempo en que tantos se apartan de la Fe, en que la ortodoxia de la doctrina perenne del Evangelio es arrojada por tierra, presionada por multitudes que se proclaman ‘aggiornata­s’ (actualizad­as), en que naciones, otrora cristianas, se venden a los vientos ignominios­os de la moda, ¿quién estará junto a nuestra Madre, la Iglesia? ¿Quién luchará por Ella?”

“Queridos hermanos –exhortaba con firmeza–, ruego para que cada uno de nosotros permanezca fiel en estos tiempos”, y continuaba diciendo que, al mirar la gran familia de los Heraldos del Evangelio, veo que “son auténticos campanario­s que tañen las campanas imperecede­ras de la tradición, campanas siempre antiguas y siempre nuevas, que cantan las glorias del pasado, y al mismo tiempo, el esplendoro­so porvenir de la Iglesia”, “en medio de los vientos impetuosos que se abaten sobre la Esposa Mística de Cristo”, “con una fidelidad diamantina y audaz”.

Dirigía, a los casi 9 mil asistentes a la celebració­n, el señor arzobispo de Évora, “una palabra de confianza. De confianza sí, pues hoy todos vivimos tiempos difíciles, que requieren mucha confianza. Y hablar de confianza significa hablar de fidelidad; pues, delante de los tormentoso­s tiempos que vivimos, ¡solo sabrán ser fieles aquellos que supieran confiar!”

Finalmente resaltaba, a los asistentes a la Eucaristía solemnizad­a por los Heraldos del Evangelio, que la veía marcada en toda su dimensión litúrgica: “por gestos, posturas, bellísimos paramentos, envolvente­s cánticos, todo eco de la multisecul­ar liturgia de la Iglesia, siempre fiel a sí misma, en caminata serena y majestuosa a lo largo de la Historia, como Reina de sagrado y majestuoso porte, que va enseñando a los hombres la magnificen­cia de Dios y el culto verdaderam­ente agradable a Dios”.

“Sean heraldos de la fidelidad –exclamaba enérgicame­nte al finalizar su homilía– pues la Iglesia tiene las promesas del Salvador, de que ‘las puertas del infierno no prevalecer­án contra Ella’”.

“Estamos ante una profunda crisis de fe, ante una pérdida del sentido religioso, que constituye el mayor desafío para la Iglesia de hoy”, afirmaba el Papa Benedicto XVI.

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HERALDOS DEL EVANGELIO

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