EL OMBLIGO
A veces parece que en El Salvador no hay nada, sólo los políticos de turno y las mentiras que promueven.
No se habla de muchas otras cosas, o si acaso se habla de un montón de cosas pero todas dictadas desde la esfera del gobierno, de un modo tan bien organizado que se multiplica velozmente por las distintas plataformas digitales. Es una expansión de información sobre la cual ya se ha escrito y analizado, funciona como un árbol que se va ramificando, adquiriendo por número y volumen algo parecido a la legitimidad. Así, por inverosímil que haya sido, la afirmación de un funcionario, una difamación o un insulto son reproducidos ágilmente en las cuentas de otros de rango secundario, interacciones de por medio; el resto del trabajo corre por cuenta de troles y otros peones digitales que multiplican la penetración de ese contenido de modo exponencial hasta convertirlo en tendencia.
En esa afición por mirarse el ombligo, creer que es una col de Bruselas y mostrárselo a todo el mundo esta administración no es diferente de ninguna de las anteriores; ya en la época de Elías Saca se quiso hacer pasar tonterías como genialidades, se despilfarró dinero en un aberrante culto a la personalidad y se llenó la conversación nacional con insulseces del calibre de "le encontraremos marido a la Manyula".
Pero la verdadera efectividad de este gobernante ha sido arrinconar a buena parte de sus adversarios políticos así como a analistas independientes, a la academia y a la sociedad organizada haciéndoles invertir su tiempo -sino es que perderloen un choque dialéctico contra él, una diálogo de sordos que además de estéril al final termina fortaleciéndolo. Es que a efectos de comunicación la confrontación es igual de efectiva para el déspota, el propagandista y el demagogo, las tres especies bastante populares en el actual gobierno.
Al presidente no hay manera de refutarle sus argumentos porque detrás de sus expresiones sólo hay algunas ideas, no una construcción elaborada ni una ideología reconocible. Algunas de sus líneas son hasta pseudo socialistas, en otras hay un potente móvil oligárquico, a veces parece estar posicionado a la vanguardia pero en los grandes temas sociales el suyo es un pensamiento conservador y reaccionario. Siendo así, no hay ninguna retribución estratégica en confrontarlo excepto la de los aplausos de los groupies ocasionales.
Y ahí es donde El Salvador parece haberse quedado chiquito, cortito de pensamiento, huérfano de líderes. Todos los que tienen algo qué decir -y ni se diga de los que tendrían que decir algo- están tan embelesados con fustigar al personaje, ridiculizar sus expresiones y demostrar que las mentiras son mentiras que ya nadie promueve su propia identidad, la heterogeneidad y la diversidad.
A la gente le urge creer que otro país es posible, que no todos los puentes que conducen a la democracia están destruidos, que aunque empedrado hay un camino que puede conducir hacia la verdad de lo que ha pasado en El Salvador. Emprender ese rumbo es más difícil hoy que antes porque la vena intolerante de la sociedad cuenta ahora con un campeón y está en el gobierno, es más complicado porque los intereses de algunos sectores siguen sobrepuestos al interés común y han renovado su vinculación con el poder político, sí. Pero si la sociedad no quema sus naves con las aspiraciones que la han animado hasta hoy, si no renuncia a su derecho a la libertad, a la justicia y a la igualdad, pondrá en su relativo lugar al personaje y a los partidos que por ahora administran el Estado y producirá otro contenido, otro pensamiento y otros verbos que no se traten de él.