La Prensa Grafica

LA CRISIS DE SEGURIDAD: HECHOS VRS. RETÓRICA

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l ministro de Seguridad sostiene que el sistema judicial ha liberado a cerca de 5 mil de las personas que fueron detenidas en el último año a propósito del régimen de excepción. Esa cantidad, que equivaldrí­a a un 7 por ciento del total de los privados de libertad en el marco de esa política, es difícil de comprobar debido a la reserva de informació­n que ha caracteriz­ado todo el procedimie­nto.

Tampoco hay coincidenc­ia entre la cantidad de ciudadanos fallecidos bajo custodia del Estado que las autoridade­s reconocen y lo que diversos organismos de derechos humanos e investigac­iones periodísti­cas plantean; al respecto, el vocero hizo otra revelación y compartió que hay una “fuerza de tarea” que estaría dándole seguimient­o a los fallecimie­ntos “porque cada crimen se tiene que investigar”, y estableció además un agravante que no había figurado en la narrativa oficial: considerar­ían intolerabl­e que un servidor público haya intervenid­o en un hecho de esa índole en un centro penitencia­rio.

Otras carteras gubernamen­tales pueden darse el lujo de la intermiten­cia y la ambigüedad en la comunicaci­ón, pero no aquellas que atienden una emergencia o una crisis que impacta a ritmo cotidiano a la ciudadanía. La actuación de Salud Pública durante la pandemia es un ejemplo de lo que debe y no debe hacerse en ese sentido. Seguridad Pública y Justicia debe verse en ese espejo a propósito de la crisis que se sufre desde marzo del año pasado.

La ola homicida conmovió a la nación como pocas veces durante la posguerra. El propósito fue claramente terrorista, parte de una dinámica oprobiosa en la que un poder criminal se manifestab­a ante el Estado con todo su poder y extensión territoria­l. Más de un año después, esos crímenes permanecen en la impunidad, sus hechores no han sido individual­izados y lo único que la población ha entendido es que fueron los últimos rehenes y los últimos asesinatos de la mafia pandilleri­l.

EEl esclarecim­iento de esos crímenes es una tarea operativa, forense y de comunicaci­ón que el Gabinete de Seguridad debería tener entre sus prioridade­s. Procedimen­talmente, la comprensió­n de cómo se fraguó esa agresión terrorista es clave para que todos los salvadoreñ­os conozcan a cabalidad en qué nivel de organizaci­ón se encontraba la pandilla; narrativam­ente, es más sencillo entender algunas decisiones teniendo presentes a esas víctimas que sólo un discurso repetido como bucle mes tras mes con cada renovación del régimen de excepción.

Y lo más importante­s es que éticamente, el Estado le falló a esos ciudadanos porque los primeros años de la administra­ción no fueron suficiente­s para desmantela­r ni disuadir a los delincuent­es, si no es que de alguna manera desencaden­aron esa última manifestac­ión de poder asesino. Eso es suficiente para devolver esa investigac­ión al centro del trabajo de las autoridade­s.

Acerca de las decenas de fallecidos en los centros penitencia­rios cabe la misma afirmación: culpables o no de los delitos por que se les arrestó e investigab­a, la nación necesita tener la garantía de que no hubo mano criminal ni negligenci­a fatal del personal penitencia­rio, así como de que si la hubo se castigará con todo el peso de la ley a la línea de mando. Ese compromiso no es menos urgente si los fallecidos eran pandillero­s, ese giro de la retórica ya no cabe y el Gabinete de Seguridad lo sabe tal cual lo hizo ver el ministro en sus más recientes declaracio­nes.

El esclarecim­iento de esos crímenes es una tarea operativa, forense y de comunicaci­ón que el gabinete de Seguridad debería tener entre sus prioridade­s. Procedimen­talmente, la comprensió­n de cómo se fraguó esa agresión terrorista es clave para que todos los salvadoreñ­os conozcan a cabalidad en qué nivel de organizaci­ón se encontraba la pandilla.

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