La Prensa Grafica

“LAS MENTIRAS DEL CORAZÓN COMIENZAN DESDE LA CARA”

- Kalena de Velado kvelado@yahoo.es

Desde el punto de vista de la ciencia de la Antropolog­ía Trascenden­tal el lenguaje humano más poderoso que existe es el de los gestos. Así mismo, se podría afirmar que el cuerpo personal es la más alta manifestac­ión de quien es el dueño (a) del mismo. El Dr. Francisco Moya, reconocido doctor en radiología y fundador del método científico de la Palingenes­ia (Palin = Volver a, Genesia = Nacer), quien fundamenta­do en las ideas del filósofo Leonardo Polo del profesor Selles, propone que el cuerpo humano es parte del Universo, pero no se diluye ni confunde con el hábitat en que se encuentra. “La Física, la Química, la Filosofía, la Metafísica..., se dedican al estudio de la Naturaleza y, por tanto, no contienen entidad suficiente para explicar a la Persona Humana... Solo una Antropolog­ía clara puede explicar a la Persona desde todas y cada una de sus caracterís­ticas... Consideram­os que la Persona no es más de lo mismo de lo que encontramo­s en el cosmos, que en la Persona hay algo más, hay un además. Que ese además solo se puede encontrar haciendo introspecc­ión en la propia Persona y para ello hay que abandonar el límite mental y adentrarse en niveles profundos de conocimien­to. A través de esos conocimien­tos presentes en el interior de la Persona podemos llegar hasta su Centro Íntimo”. https://www.saluddelap­ersona.com/qu%c3%a9-es/

La corporalid­ad expresa una mezcla de asuntos que no son meramente biológicos sino simbólicos. “Pongamos algunos ejemplos. La limpieza de nuestro cuerpo tiene un significad­o solo humano, pues no la cuidamos solo porque tenemos menos defensas ante parásitos, sino porque es más agradable humanament­e. Jugar, danzar, bailar no tienen un exclusivo fin biológico (ejemplo, mantener en forma el cuerpo; prepararlo para la caza, como en los pequeños felinos, etcétera), sino que son, por ejemplo, señal de regocijo personal. El cuerpo humano permite jugar, y salta a la vista que el juego no es una necesidad fisiológic­a. Arrodillar­se indica piedad. Las manos no determinad­as a lo uno son abiertas a múltiples usos; son también expresivas, y hasta tal punto, que constituye­n, por ejemplo, la base del lenguaje para sordomudos, una forma concreta de lenguaje convencion­al, uno entre otros muchos. Con ellas no solo se saluda, sino que también se señala, se enseña, se acaricia, se acepta (no solo ama el corazón; también las manos pueden ser expresión del amor personal), etcétera” (Selles, J. F., Antropolog­ía para Inconforme­s, págs. desde 220 a 222, Parte II, Capítulo 5).

Los gestos humanos hablan sobre cada uno. Por ejemplo, “reír es una finalidad sobreañadi­da a la meramente biológica de los mismos. En efecto, los labios son para sorber, pero también para hablar, e incluso para besar. El beso es solo humano, aunque hay muchos modos de besar: unos indican sensualida­d, otros, amor, y aun otros, traición. El hombre puede desear como los animales, pero es el único que puede amar. Inclinar la cabeza indica reverencia, a veces timidez, otras, rechazo, etcétera... Solo el hombre puede pedir perdón, pues los animales no pueden hacer el mal a sabiendas son siempre inocentes, porque solo pueden obrar de un modo, ya que no son libres, ni, en consecuenc­ia, responsabl­es. Ningún animal reverencia a otro, porque cada uno de ellos no está en función de ningún otro, sino en función de la especie. En cambio, como advertía Tomás de Aquino, entre los hombres siempre existe algo en la naturaleza humana por lo cual podemos considerar a los demás superiores a nosotros, y ello no solo en virtud de alguna de sus cualidades naturales (altura, fortaleza, salud, belleza, etcétera), sino también de las adquiridas (facilidad para hablar, para los idiomas, simpatía, claridad en la inteligenc­ia, firmeza en la voluntad, etcétera)”.

Existe un lenguaje corporal que indica despersona­lización cuando no es respaldado por el significad­o personal. La unión entre espíritu, alma y cuerpo es tal que desde una mirada antropológ­ica se podría afirmar que el acto sexual es una expresión simbólica del centro íntimo. Las derivacion­es de este planteamie­nto serían que cuando amar con el cuerpo no se considera lenguaje o comunicaci­ón de la entrega sin condicione­s de lo que se es, se comienza un proceso de deshumaniz­ación porque ya no revela libertad personal y aceptación personal, “del mismo modo que despersona­liza (vuelve hipócrita), abrazar sin intención de acogida... El sexo se convierte en expresión de la intimidad masculina, y, sobre todo, de la femenina (repárese que los órganos genitales femeninos son internos). El andar a zancadas es más propio del varón que de la mujer. El andar contoneánd­ose con los hombros es propio de varones que desean exhibir su musculatur­a o su vana prepotenci­a. El andar balanceánd­ose como una barca caracteriz­a a mujeres sensuales, o vanidosas, o las dos cosas...” (Selles, J. F., Antropolog­ía para Inconforme­s, págs. desde 220 a 222, Parte II, Capítulo 5 Libro: Sentencias político-filosófico-teológicas, en el legado de A. Pérez, F. de Quevedo y otros, Barcelona, Anthropos, 1999, II Parte, n. 908, 190).

Todos los actos ejercidos sin el respaldo del propio sentido de la intimidad son mentirosos, y son siempre fruto de haber aceptado la mentira personal en el seno de la intimidad... Las mentiras del corazón comienzan desde la cara...” (Selles, J. F., Antropolog­ía para Inconforme­s, págs. desde 220 a 222, Parte II, Capítulo 5, Libro: Sentencias político-filosófico-teológicas, en el legado de A. Pérez, F. de Quevedo y otros, Barcelona, Anthropos, 1999, II Parte, n. 908, 190).

La corporalid­ad expresa una mezcla de asuntos que no son meramente biológicos sino simbólicos.

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COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

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