La Prensa Grafica

FELIZ ANIVERSARI­O CAMBIO DE ANTEPASADO­S ENCUENTRO INMEMORIAL

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–¿Cuántos años juntos estamos cumpliendo, amor? –Juntos, pero no revueltos. Desde el día de la boda, quince años, tres meses, siete días… –respondió ella, sonriendo a su estilo, porque ya sabía que a él ese tipo de detalles le hacían perder la paciencia.

–Ah, pues todavía estamos a tiempo de celebrar… –Pues celebrar, lo que se dice celebrar, no sé. Yo preferiría que nos quedáramos tranquilos, viendo una de esas películas que tanto nos gustan. –Amor, por favor, no te pongás así. Yo soy un casado feliz.

Ella no respondió; se limitó a hacer un gesto que podía significar muchas cosas. Y él la tomó del brazo, caminando con ella hacia el bar ubicado en la terraza.

–Amor, somos privilegia­dos en vivir aquí, en lo alto y a lo largo…

–Y vos con tus fracesitas de siempre. Mejor vamos a ver la película.

–Bueno, si eso querés, vamos.

Se fueron al dormitorio, donde estaba la tele más moderna. Ella la encendió, y buscó la película. Era de sus preferidas: “Dos tipos de cuidado”, Jorge Negrete y Pedro Infante. “Películas de abuelita”, como las llamaba él.

Viéndola, se fueron quedando dormidos. Despertaro­n al unísono, al amanecer.

–¡Qué bien dormimos! La verdad es que en el sueño sí estamos bien unidos y somos realmente felices… –aplaudió él, sonriente.

Se lo propuso como una tarea de vida, ya que él, desde el inicio de la misma, había mostrado una especie de fijación con sus orígenes, y por eso sus parientes conocidos le llamaban Sherlock Holmes. Aquel interés se le había ido volviendo obsesivo, hasta el punto que aún no tenía trabajo estable ni intención de familia propia, como si quisiera llegar a creer que con él concluía su cadena de antecesore­s en el tiempo.

Y entonces descubrió que su abuelo materno Héctor, que desapareci­ó del ciclo de contemporá­neos cuando él no podía tener memoria porque era un bebé, andaba ahora muy cerca, casi como un indigente.

–¿Qué te habías hecho, abuelito?

–No me digás así, porque yo soy descendien­te tuyo. Tu primer descendien­te.

Aquella respuesta le pareció un absurdo. ¿Sería que su abuelo estaba mal de la cabeza? El señor, sonriendo, trató de explicarle:

–Yo me fui porque unas voces superiores me llamaron para explicarme que mi presencia aquí era el fin de un ciclo, y que si quería que ese ciclo concluyera en forma pacífica debería hacer un giro hacia adelante. Hoy, esas mismas voces me ha comunicado que tú ya tomaste posesión de tu rol en esta vida. Lo investigas todo, y es momento de que te dediques a vivir en serio, porque lo que pasó es un ciclo clausurado. Para eso estoy aquí, para que entiendas tu obsesión y la superes. Voy a ser tu consejero, ¿me lo permites?

Aquella zona de la ciudad, que en gran medida se había venido convirtien­do en marginal, ya no era segura para nadie. Los vecinos vivían atemorizad­os ante el riesgo de sufrir cualquier tipo de desmán por parte de las estructura­s criminales que se habían posicionad­o por doquier. Era la de no acabar, y por eso cuando asomó el llamado Régimen de Excepción primero hubo incredulid­ad y luego fue emergiendo la sorpresa alentadora.

–Eso lo dicen ustedes porque no están padeciendo la angustia de que les hayan llevado preso un hijo sin saber qué ha sido de él…

La que hablaba era la madre de un joven estudiante universita­rio que jamás había tenido contacto con ninguna estructura criminal, aunque en estos años nunca se sabe. Ese joven al que la madre se refería estaba ahí, solo en su reducida celda, que tenía todas las caracterís­ticas de un calabozo de los de antaño.

Para él, que era tan sociable y tenía tantos amigos, aquel encierro pétreo y malsano era una ciega tortura. Hasta que apareció aquel extraño sonriente.

–Aquí estoy, hermano, no vengo por ti, pero vengo para ti, para que hablemos de lo que más nos gusta: la razón de vivir, sea como sea. Soy tu otro yo.

–Ah, bueno, ahora entiendo: cuando hablo de ti, los que me rodean piensan que me refiero al miembro de alguna clica. ¡Vaya ingenuidad o pendejez! Hay que entender que hoy podemos ser libres o prisionero­s de muchas formas…

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