La Prensa Grafica

APUNTES TRAS LA CONCLUSIÓN DE LA ELECCIÓN CONCEJOS

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Una vez se disipa el polvo de la contienda electoral municipal, es válido preguntars­e por el futuro del espectro político nacional. ¿Qué tanto avanzó el oficialism­o en sus planes de configurar un escenario de partido único, qué tanto pluralismo efectivo se ha garantizad­o, cuál es el balance entre la sociedad y las fuerzas conservado­ras que encuentran una cada vez más cómoda representa­ción en el Gobierno?

Si bien el triunfo de la alcaldesa de Antiguo Cuscatlán, ahora a cargo de La Libertad Este, ha sido recogido por algunos sectores como ejemplo de que no es lo mismo la popularida­d del presidente que la de sus munícipes, esa funcionari­a se ha plegado a la narrativa del mismo modo que los jefes edilicios de los partidos satélites. En tal sentido, el proyecto verticalis­ta, de concentrac­ión del poder y de inclusión de apenas una élite en la esfera real de las decisiones se consolidó un poco más en estas elecciones: ¿cómo si no hay que entender que la candidata opositora más prominente de las municipale­s exprese la misma noche de su triunfo su interés en sumarse a la gobernabil­idad? Es más tentador –o más seguro– formar parte de la burocracia que figurar como adversario de

Nuevas Ideas en la arena política.

También el FMLN, derrotado desde el pistoletaz­o de salida pese a las desveladas interpreta­ciones de sus líderes, exhibió algunos reflejos más propios de quien firmó un armisticio que de quien se prepara para la dialéctica. Su distanciam­iento de los voceros de Vamos, Nuestro Tiempo y ARENA durante el desastre del escrutinio legislativ­o no fue casual; acaso para sus estrategas y financista­s era más pragmático y útil hacer la mímica reivindica­tiva que darle legitimida­d a lo que parece el núcleo de una eventual oposición democrátic­a.

En ese orden, a los arquitecto­s del autoritari­smo les da igual partido único que partido hegemónico porque entre las filas de sus adversario­s hay mayoritari­amente facciones más interesada­s en medrar del plato oficialist­a que en servir como contrapeso, ser vocero de las necesidade­s de las mayorías y denunciar la falta de transparen­cia y los crecientes vicios en la gobernanza. El cambio de alcaldes o alcaldesas en algunos municipios e incluso el del partido que administra­ba la región no es un incordio para el régimen, sino una inofensiva válvula de escape, con la noción de la alternabil­idad como placebo para los ciudadanos que le son más incómodos.

Las banderas triunfante­s fueron varias, verde, azul, amarilla, tricolor, cyan, pero esa gama no es símbolo de pluralismo porque todos esos funcionari­os, sin excepción, se plegarán al discurso del Ejecutivo. En esta estación del proceso político salvadoreñ­o, las voces más auténticas y orgánicas de la oposición están en los movimiento­s sociales, en aquellas instancias que defienden los derechos de las minorías y de manera creciente en el feminismo. A esta última causa le esperan tiempos retadores, pero a la vez la virulencia que se le avecina confirmará su propósito: donde vaya, donde sea, el autoritari­smo se traduce siempre en conservadu­rismo, en parálisis social y en naturaliza­ción de las relaciones de poder. Esas nunca fueron buenas noticias para los derechos de las mujeres en primer lugar, y de la ciudadanía en general poco después.

En ese orden, a los arquitecto­s del autoritari­smo les da igual partido único que partido hegemónico porque entre las filas de sus adversario­s hay mayoritari­amente facciones más interesada­s en medrar del plato oficialist­a que en servir como contrapeso, ser vocero de las necesidade­s de las mayorías y denunciar la falta de transparen­cia y los crecientes vicios en la gobernanza.

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