La Prensa Grafica

JUNTO A LA QUEBRADA

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Hacía ya muchos años que habían contraído nupcias, y aún no contaban con casa propia, por las estrechece­s que habían caracteriz­ado sus vidas desde siempre. Se conocieron de adolescent­es, en el mesón del centro donde sus familias residían, y ahí comenzó el romance que concluyó en boda de lo más sencilla en la antigua Iglesia de San Francisco, porque era ahí donde iban a misa todos los domingos.

La vida no era ni había sido nunca nada fácil para ellos, pero eso les enseñó que la mejor virtud es la resilienci­a, es decir la capacidad de sobreponer­se a las adversidad­es con espíritu creativo; y de un tiempo a esta parte el ansia de contar con un lugar propio donde vivir se les hacía cada vez más gustosa.

–¿Qué te parece si vamos a alguna agencia de venta de propiedade­s para residir, y ahí vemos si algo está a nuestro alcance?

–Yo diría que mejor pongamos un pequeño aviso en el diario… –contestó él.

Hicieron así, y las ofertas fueron chubasco. Empezaron a ver lugares, y al fin dieron con uno: la casa pequeñísim­a al borde de una quebrada.

–¡Quedémonos con esta!

–¿Pero de dónde vamos a sacar el pisto? –preguntó ella, agobiada.

–Te lo voy a confesar: he estado asaltando gente en la calle, y ya reuní un buen poco. No me quedaba de otra –dijo él con toda naturalida­d.

Cosa del tiempo. Resilienci­a llevada al límite.

LOS INCOMPATIB­LES

–Viene a buscar a don Braulio, ¿verdad?

–¿Y eso cómo lo sabe?

-Porque son idénticos, como una fotografía con su copia. –Pues sí, vengo a buscarlo. ¿Le avisa que estoy aquí, por favor?

El empleado caminó hasta la puerta de la casa, y penetró sólo con tocarla.

El visitante quedó a la espera. Y el tiempo empezó a pasar. Alrededor no aparecía nadie. Era como un lugar completame­nte abandonado.

Hasta los minutos parecían irse desplazand­o con mayor lentitud. Y un largo rato después reapareció el empleado que lo había atendido:

–Don Braulio no está ahí. Ya lo busqué por todas partes. Pero si usted quiere puede esperarlo adentro. Le ofrezco un café recién hervido.

Él aceptó sin palabras. Cuando entró en el lugar se dio cuenta de que tenía todas las caracterís­ticas del ala de un museo, llena de obras de arte. ¿Cómo se podía interpreta­r aquello? ¿Qué era tal modernidad en medio del campo? Fue a acomodarse en un sofá clásico en una esquina. Sólo el Tiempo estaba ahí, frente a él, sonriéndol­e; y por fin le dijo:

–Don Braulio, qué grato es verlo por aquí. Su Otro Yo de seguro sabía que usted vendría y se ha escapado para evitar el encuentro. Ya lo conoce: él necesita estar solo para funcionar. Pero póngase más cómodo para le sea grato el momento.

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