EL HUMOR COMO DIÁLOGO SOCIAL (I)
La comedia clásica fue la contraposición a la tragedia: fueron las manifestaciones artísticas relacionadas con los finales felices. Con Aristófanes, la comedia griega llega a un pico de popularidad. Sin embargo, en el relato histórico, es más probable que al hablar del teatro clásico, sean nombres como Eurípides o Sófocles los que surjan como máximos representantes.
Fueron los cambios generacionales que llevaron esa comedia de finales felices a nuestra comedia que provoca la risa. El componente principal es el humor, que vendría a ser el ingenio humano por relatar o crear situaciones que provocan la risa a través de la alegría.
Crear situaciones graciosas con ese humor tiene mucho que ver con la empatía, la libertad de expresión, los límites de la misma y el recuerdo. En el arte, es muy convencional que, para que una obra no sea aburrida, se requieran pequeños pincelazos de humor.
Tomamos como ejemplo, la primera novela de la historia: Don Quijote de la Mancha. Claramente, el irremediable patetismo y desgraciado hado que envuelve al personaje resulta triste, resulta incómodo y bufonesco. A mí no me hizo gracia; pero mi profesor de Literatura en la Universidad afirmaba que a los contemporáneos sí.
El Quijote es un ejemplo perfecto de lo que sería el humor negro actual: esa cualidad de ir a los límites del humor y la libertad de expresión, sin salir con un proceso judicial por calumnias o injurias (en algunos casos, sí ha llegado a pasar). Por otro lado, el humor negro suele servir para hacer críticas sociales, bien fundamentadas y que tropiezan con la dignidad de los ofendidos (generalmente políticos).
Las viñetas y las caricaturas han sido, desde el advenimiento de la prensa como cuarto poder, un dolor de cabeza para los ofendidos y para la libertad de expresión, porque hasta para esto hay límites. Y lo difuminado de los límites muchas veces ha causado desgracias como la masacre de
Charlie Hebdo en París en invierno de 2015.
Y ahora: internet. La comedia de internet empezó inocente para convertirse en inexplicable. Recuerdo allá por 2007 cuando en internet la vitalidad humorística eran videos cortos de contenido tierno (situaciones envolviendo bebés, gatos o perros). Luego, cerca de 2010, aparecieron los vlogs: un personaje común y corriente (sin ser un cómico a lo Adal Ramones) tomaba una cámara y se grababa contando historias graciosas de su día a día; el mantra era: “es gracioso porque es real”.
De igual manera, si así era el humor audiovisual, cabe resaltar que también hubo las famosas viñetas de internet: una manera de digitalizar los cómics y las caricaturas a través de imágenes macro (imagen con textos superpuestos) y los rage-comics (véase Trollface como exponente principal) donde la idea y la emoción eran únicas y no bastaba de una compleja comprensión para entenderla.
Luego evolucionó hacia un tipo de humor absurdo allá por 2016, siendo pionera de esta relación de lo absurdo con el humor Vine y Twitter. Aquello se acuñó como “shitposting”: un humor basado no solo en lo absurdo sino también en la mala calidad de la imagen, escritura, emoción y pensamiento.
Las redes sociales se han convertido en un escenario cómico donde cualquiera puede jugar su versión de libertad de expresión, eso sí, con cautela de no llegar a ser funado (terminología propia de la cultura de la cancelación).
Ese lenguaje críptico que llamamos humor de internet o más fácilmente “memes” se ha convertido en una especie de iconografía, casi jeroglífica del diálogo digital. Todos quieren dominar este lenguaje para dialogar en el espacio virtual cada vez más encriptado para las generaciones que temen quedar rezagadas.
Las viñetas y las caricaturas han sido, desde el advenimiento de la prensa como cuarto poder, un dolor de cabeza para los ofendidos y para la libertad de expresión, porque hasta para esto hay límites.