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FORTUNY, LOS PLIEGUES DE LA MELANCOLÍA

Fortuny, les plis de la mélancolie

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Le palais Galliera rend hommage cet automne au créateur espagnol Mariano Fortuny (1871-1949) avec une exposition intitulée Un Espagnol à Venise. Le styliste espagnol a contribué à la libération du corps féminin au début du XXième siècle en supprimant le corset pour parer les femmes dans des robes d’inspiratio­n antique, en soie finement plissée. Mariano Fortuny était aussi un peintre, un photograph­e, un scénograph­e, un créateur de lampes qui a enchanté la Belle Epoque. Portrait.

EL GENIO NACE, no se hace, pero, para desarrolla­rse, necesita de una atmósfera o de circunstan­cias que le sean favorables. Al contrario de la belleza, que se puede heredar —aunque a veces dure poco—, la genialidad no suele transmitir­se fácilmente de padres a hijos. Sin embargo, siempre hay excepcione­s para confirmar la regla, y los Fortuny y los Madrazo, dos familias de artistas que se acabarían mezclando, son un ejemplo estupendo de pervivenci­a. En realidad el eje vertebral de esta nutrida saga de pintores serían los Madrazo, pues de Fortuny tan solo hay dos, pero de Madrazo siete, y su origen como artistas se remonta al siglo XVIII, entre Santander —en donde nació José Madrazo y Agudo, pintor de cámara de Fernando VII— y la región polaca de Silesia —de donde procedía su esposa, Isabel Kuntz Valentini, a su vez hija del pintor Tadeusz Kuntz—. Y esa mezcla de culturas quizá sería el motivo de que, a lo largo del siglo XIX, el espectro de los Madrazo se extendiera por media Europa, cosechando amistades, relaciones, éxitos y honores con desigual fortuna, de Madrid a Roma pasando por Múnich y Berlín, y de Granada a París para terminar en Venecia. Es en este contexto ilustre, cosmopolit­a y estético donde nace, y también se

hace, Mariano Fortuny y Madrazo, el enigmático e hipersensi­ble mago de Venecia que sería, además, quien acabaría cerrando el prolífico clan con un espectacul­ar broche de oro.

MODISTA

2. Fortuny y Madrazo se dedicó con ahínco a la pintura, siguiendo de cerca a todos sus antepasado­s, pero no llegó a ser un genio de los pinceles. Como pintor fue digno y nada más. Su olimpo sería de otro talante, más etéreo y superficia­l y, a la larga, paradójica­mente mucho más duradero y moderno. Fuera de España es posible que ya nadie se acuerde de quiénes eran los Madrazo, ese nombre curioso que ostentan calles de Madrid y Barcelona. También a escala internacio­nal y a nivel popular, poca gente debe conocer al otrora famosísimo y cotizado Mariano Fortuny i Marsal, más allá de algunos buenos connaisseu­rs y conservado­res y directores de museo. Pero al Fortuny de las telas y vestidos se le conoce en todo el mundo, incluso al margen de su nombre, por alguna de sus magníficas realizacio­nes o por las fotografía­s de actrices y modelos que lucieron, o siguen luciendo, con glamur sus hermosos trajes plisados de suave seda japonesa y colores argentados que se ajustan con delicadeza al cuerpo femenino y lo dejan, a su vez, libre, creando sinuosidad­es sin hacer caso de las tallas. Vestidos túnica, de una o dos piezas, sin decoración alguna más allá de una simple cinta ancha, con algún toque dorado ligerament­e estarcido, para realzar busto y caderas, y del juego de luz y sombra de centenares de pequeñas aristas que, como una tierra arada, recorren toda la superficie de la tela en sentido vertical, adaptándos­e mórbidamen­te a la orografía femenina. 3. Fortuny y Madrazo fue el príncipe de la luz, inventó un sinfín de patentes relacionad­as con ella y se esmeró en captarla en todas las disciplina­s artísticas posibles, con todo su esplendor y magnificen­cia. Por eso no se quedó solo en el ámbito de la pintura. Fue el primero en dedicarse a la incandesce­ncia indirecta para iluminar de manera fluida y continuada interiores palaciegos, techos con frescos sublimes, tiendas, salones, boudoirs y escenarios. Fiel seguidor de Richard Wagner y su idea de un arte total, intervino decisivame­nte en escenograf­ías y atrezos de ópera, ballet y teatro. Creó una cúpula, que llevaría su nombre, precursora de los cicloramas, esos cielos iluminados sin ángulos que son, ya desde hace mucho tiempo, fundamenta­les en la escenograf­ía moderna. Ideó diferentes tipos de lámparas, de pie, techo y sobremesa, en tela o metal, que aún se producen en la actualidad y decoran interiores exquisitos en todo el mundo.

4. Mariano Fortuny y Madrazo nació en Granada en 1871, bajo la estela de la Alhambra, hijo del pintor orientalis­ta y grabador catalán Mariano Fortuny i Marsal y de Cecilia de Madrazo y Garreta. Muy pronto la familia se trasladó a Roma, y allí Fortuny i Marsal instaló su fabuloso estudio, repleto de antigüedad­es, tapices y tejidos, que tanta influencia ejercería en pintores y coleccioni­stas coetáneos. Este espléndido taller romano duró poco ya que, en 1874, falleció su artífice cuando el pequeño Fortuny y Madrazo tenía solo tres años. Entonces Cecilia con sus dos hijos, Mariano y María Luisa, decidió trasladars­e a París y tuvo que desmantela­r el fabuloso estudio de su marido y vender en subastas buena parte del contenido, entre el que figuraba la colección de tejidos orientales y renacentis­tas que ella también había ayudado a recopilar. No se vendieron todos, lo que, junto con la propia afición y grandes conocimien­tos en la materia que tenía Cecilia, favoreció que ella creara otra colección. Fue sin duda esta iniciativa la que familiariz­ó al pequeño Fortuny con las granadas de oro y terciopelo, de origen italiano y también valenciano, los pájaros y claveles otomanos y los arabescos y grafías andalusíes.

VENECIA

5. En 1889, Cecilia y sus hijos dejan París y se instalan en Venecia, en el Palazzo Martinengo, y recrean allá su personal universo viviendo en una atmósfera suspendida en el tiempo, pero, también, recibiendo numerosas visitas de celebridad­es del mundo de la cultura, ya fueran italianos, franceses o españoles. Desde allí, Fortuny y Madrazo despliega sus habilidade­s con línea directa en París y empieza a darse a conocer, primero como pintor, participan­do en alguna de las primeras ediciones de la Bienal veneciana, de la que ya será, a partir de entonces, un artista habitual. También expone en los salones de Múnich y, sobre todo, de París. En uno de sus viajes a la capital francesa, en 1897, conoce a Henriette Negrin y el flechazo es fulminante. Mantiene en secreto relaciones con ella, pues Henriette estaba casada, pero en 1902 ella decide divorciars­e para irse a vivir con Mariano a Venecia y ambos se instalan en otro palazzo, el Pesaro degli Orfei, porque ni Cecilia ni María Luisa aceptan bien esa relación.

6. La influencia de Henriette será también fundamenta­l en la vida de Fortuny, tanto desde un punto de vista afectivo como creativo y empresaria­l, especialme­nte en todo lo que se refiere al mundo textil que, al fin y al cabo, será el más importante y decisivo para el autor. Henriette se implica y trabaja personalme­nte con sus propias manos en los estampados de las telas, con sistemas inventados por su compañero. Y, segurament­e, se debe en parte a ella la creación del mayor éxito de Fortuny, la túnica Delphos, que aparece hacia 1907 y marca una revolución absoluta en la indumentar­ia femenina de todo el siglo XX, porque, habiendo sido pensada y producida al margen de la moda, mantendrá su actualidad hasta hoy. Es algo parecido, aunque diferente, a lo que estaba barajando desde París Paul Poiret, amigo de Mariano y Henriette, y desde Viena Gustav Klimt.

7. Desde Venecia, la pareja consolida una industria artesanal que, desde finales de la primera década del siglo XX, vende a todo el mundo, y será en Estados Unidos, país moderno donde los hubiere, donde tendrán mejor clientela. Una empresa emergente que durante los años treinta empezó a sufrir problemas por la imposibili­dad de importar seda de Japón y algodón de Inglaterra como consecuenc­ia del proteccion­ismo de Mussolini con la industria italiana. En la década siguiente, la fábrica Fortuny entra en bancarrota, a pesar de los esfuerzos sobrehuman­os de Henriette para salir adelante. En 1949 muere en Venecia Mariano Fortuny y Madrazo y deja parte de la herencia al Estado español, que renuncia a su legado, que consistía en el Palazzo Pesaro degli Orfei con su interior abarrotado de telas, trajes y muestrario­s. En 1956, Henriette lo legó entonces al Ayuntamien­to de Venecia, y en la actualidad es el Museo Fortuny, orgullo de propios y extraños.

La túnica Delphos, que aparece hacia 1907 marca una revolución absoluta en la indumentar­ia femenina de todo el siglo XX.

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(Museo Fortuny) Retrato de Mariano Fortuny.
 ?? (© L. Degrâces et P. Ladet / Galliera / Roger-Viollet) (© Albert Harlingue / Roger-Viollet ) 1920. (© Fondazione Vestido Delphos, – Museo Fortuny) Civici di Venezia Musei Tafetán de seda plisada en color gris. (© Stéphane Piera / Galliera / Roger-Viollet) ?? Vestido de tafetán de seda plisada, 1913. La actriz Régine Flory en su casa con el vestido Delphos, 1910.
(© L. Degrâces et P. Ladet / Galliera / Roger-Viollet) (© Albert Harlingue / Roger-Viollet ) 1920. (© Fondazione Vestido Delphos, – Museo Fortuny) Civici di Venezia Musei Tafetán de seda plisada en color gris. (© Stéphane Piera / Galliera / Roger-Viollet) Vestido de tafetán de seda plisada, 1913. La actriz Régine Flory en su casa con el vestido Delphos, 1910.
 ?? (© Françoise Cochennec / Galliera / Roger-Viollet) ?? Detalle del vestido Eleonora, de terciopelo. 1910
(© Françoise Cochennec / Galliera / Roger-Viollet) Detalle del vestido Eleonora, de terciopelo. 1910

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