Bons plans
do para quedarse y siguen marcando tendencia, ya sean cuidadas, frondosas o de tres días.
20.000 BACTERIAS
3. Más allá de la moda, las barbas son un nido de indeseables bacterias, tal y como demostró hace ya algún tiempo un grupo de científicos de la Universidad de Aston (Birmingham, Inglaterra). En este estudio se puso de manifiesto que los pelos de un hombre barbudo contienen unas 20 000 bacterias, entre ellas se encontraba la E. coli, un patógeno responsable de infecciones gastrointestinales y urinarias. Las muestras microbiológicas fueron tomadas con la ayuda de una torunda, sin necesidad de cortar el vello.
4. Cuando la cuestión parecía zanjada, otro estudio reabrió el debate. En esta ocasión fue realizado en un hospital estadounidense y vino a demostrar que los trabajadores barbilampiños tenían más probabilidades de albergar en el vello facial una bacteria multirresistente (Staphylococcus aureus resistente a meticilina) que los que lucían frondosas barbas. Esto se debía a que un tipo de bacterias que colonizaban la barba, se comporta agresivamente, siendo capaz de acabar con la bacteria que los antibióticos no pueden.
5. Siglos atrás, el bigote vivió una moda similar a las barbas actuales. Dalí, Freddi Mercury y Tom Selleck, entre otros muchos, fueron iconos de esa tendencia. Durante décadas, los hombres lucieron desde bigotes mínimos, casi pintados con rímel, hasta bigotes exuberantes como de domador de leones, pasando por bigotes alicaídos o poblados como selvas.
VIRILIDAD
6. Durante mucho tiempo el bigote fue considerado un símbolo de hombría y virilidad. En este sentido, el Ejército británico prohibió a sus miembros afeitárselo desde el siglo XIX hasta 1916, tal y como se recogía en la Orden 1695 del Reglamento Real de 1860. 7. Esta legislación tuvo que ser abolida porque, durante la Primera Guerra Mundial, los mostachos aumentaban la mortalidad de la tropa, debido a que en muchas ocasiones el bigote impedía que las máscaras de gas se ajustasen perfectamente, aumentando el riesgo de inhalar gases tóxicos.
8. El vocablo 'bigote' ya se recoge en el primer diccionario de la lengua española de 1495, del humanista Antonio de Nebrija (1444-522). Muchas veces la historia es caprichosa, parece ser que el término fue el producto de un error lingüístico que se remonta a 1492. Durante la conquista de Granada un grupo soldados suizos, fornidos y de largos mostachos, se atusaban sus pelillos y gritaban “Bei Gott” antes de entrar en combate. Los españoles, tan poco dados al bilingüismo por aquella época, desviamos el sentido original de la blasfemia –“Por Dios”– y se lo adjudicamos a los pelillos faciales que se manoseaban los germanos. En fin, pelillos a la mar…
Durante la Primera Guerra Mundial, los mostachos aumentaban la mortalidad de la tropa.