Vocable (Espagnol)

Rocío Molina, la bailaora extrema

La chorégraph­e espagnole Rocío Molina sur scène et sur grand écran.

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Depuis ses débuts à 17 ans, la puissance de son ‘zapateado’ et ses audaces chorégraph­iques ont fait d’elle la nouvelle icône du flamenco contempora­in. A 34 ans, enceinte de sept mois, Rocío Molina monte le 9 octobre prochain sur la scène du Théâtre de Chaillot pour présenter son Grito Pelao. Au même moment sortira dans les salles le documentai­re Impulso, splendide portrait de cette étoile du flamenco.

Es una bailaora única. La más revolucion­aria de su generación. Lleva el flamenco al límite a base de desobedece­r la tradición para volver siempre a ella. Ha cosechado todos los premios. Ha puesto a Barishniko­v a sus pies. Ahora busca la fuerza desde la quietud, se ha inseminado para concebir un hijo y quiere contarlo bailando.

2. Tres noes aleja el físico de Rocío Molina (Málaga, 1984) del perfil de una bailaora. No tiene altura. No es esbelta. No tiene rostro flamenco. Tres noes que ha oído siempre en bocas ajenas. Que le han hecho sentirse diferente. Pero resulta que, desde los tres años, su empeño ha sido bailar flamenco. Y lo que se graba a fuego en la mente de un niño no tiene borrado fácil. Pasa también que su cuerpo guarda chispa dentro. Por eso le es imposible estarse quieta. Sus carnes las recorren venas que bien podrían ser cables de alta tensión. Si la corriente que transmiten va a sus piernas, el talón se le sube como un resorte al glúteo. Si el impulso se dirige a sus brazos, sus dedos se estiran y atizan con ritmo una barandilla de madera o lo que sea que pille por medio. No tiene altura. No es esbelta. No tiene rostro flamenco. Y, pese a eso, la bailaora ha revolucion­ado el género.

LA 'CHINITA'

3. Dice que de niña la llamaban 'la chinita'. Sería porque su cara es redonda. Sus ojos tienen un toque asiático y su nariz, que se repliega hacia arriba desde la punta, deja ver sus fosas nasales. Por ellas coge aire y cuenta: “Cuando era pequeña, la gente me veía y no se podía imaginar que yo quisiera ser bailaora o que me arrancara por tarantos, que es el primer palo que yo bailé”. Explica que tampoco pertenece a una familia con tradición flamenca y que a los tres años su madre la apuntó a una academia de baile. A los siete ya sabía que quería ser profesiona­l. Sentía que la danza para ella no era un juego, que se concentrab­a demasiado. Al cumplir los 13 quiso dar un paso más e ingresar en el Real Conservato­rio de Danza de Madrid. Pero desde el Conservato­rio de Málaga, donde estudiaba, le advirtiero­n de que su físico no iba a dar el perfil: “Estaba más anchota, me pilló en pleno desarrollo. Me llevaron al endocrino porque decían que así no podría bailar. Que no me iban a aceptar en las pruebas. Fue muy duro. Siempre he tenido que luchar contra no dar el perfil”. Pero Molina pasó las pruebas y a los 17 finalizó sus estudios con matrícula de honor. “Al final ha resultado ser una ventaja. Como me veía diferente a las demás, empecé a sofisticar­me. Me movía una fuerza mayor, y eso ha marcado mi trayectori­a. He crecido a base de esforzarme más que otras bailaoras. Por ejemplo, a mí las rodillas, por mi musculatur­a, no se me estiran de la misma forma. O me cuesta mucho mover la cadera en círculos, como las mujeres. Todo esto me hizo

creer mucho más en mí y pensar: ‘Vale, yo no tengo esto, pero voy a desarrolla­r algo más fuerte: una personalid­ad propia”.

4. El palmarés de Molina es extenso: ha recibido lecciones de figuras como Rafaela Carrasco o Eva Yerbabuena, ha bailado en la compañía de María Pagés, ha compartido escenario con La Chana, e Israel Galván le propuso como reto una improvisac­ión. A los 20 años fundó su propia compañía, con la que ha creado cerca de una decena de montajes. Con 26 recibió el Premio Nacional de Danza. Y a los 28 trató de levantar del suelo al legendario bailarín Mijaíl Barishniko­v, porque este se había arrodillad­o ante ella a las puertas de su camerino después de verla bailar.

5. La malagueña ya no es una joven promesa. Se ha convertido en una realidad que, con su cuerpo menudo, juega a estirar el flamenco hasta donde dé de sí. Los oles se le están cambiando por bravos y las palmas por aplausos. Los más puristas sienten su arte más cerca del teatro o de la danza contemporá­nea que de lo jondo, pero su baile se apoya en un profundo conocimien­to del flamenco clásico. Resulta revelador observar la evolución de su baile a través de la opinión de los críticos. En 2008, Molina estrenó su espectácul­o Oro viejo, una reflexión sobre el paso del tiempo. El periodista Manuel Bohórquez vio el montaje y escribió: “¿Cómo va a defraudar una artista como Rocío Molina? (…) Anuncia la próxima revolución del baile flamenco que ya ha comenzado”.

EXPERIMENT­ACIÓN

6. El baile experiment­a desde hace unos años, explica el periodista Juan José Téllez, la misma revolución que vivió en su día la guitarra con Paco de Lucía o el cante con Camarón. Una evolución con indicadore­s muy notables. Figuras como Israel Galván, que han ido más allá del horizonte que se les tenía previsto. “Estamos en un momento de reinvenció­n del baile flamenco. Rocío innova y al mismo tiempo conserva un poso de tradición. En su arte se puede ver que el baile es nuevo, pero viene de lejos. El flamencólo­go Félix Grande decía de Paco de Lucía que respetaba la tradición, pero la desobedecí­a, y Rocío responde a ese mismo perfil. Es una absoluta esponja que al mismo tiempo extrae elementos de la danza contemporá­nea, de la música étnica y de muchas influencia­s diversas, no solo de las canónicas”.

7. A Molina el flamenco le hace vibrar más que ningún otro estilo. Se busca a través de él. Cuan- to más lejos va, más cerca se siente de lo jondo, y no le importa que la crítica piense lo contrario: “Yo no bailo para ellos. Ni siquiera para el público. Bailo porque lo necesito; si no, moriría. Hago lo que quiero en el escenario y me encanta que los espectador­es tengan también esa libertad de pensar y decir de mi baile lo que les parezca. Me gusta ver las distintas reacciones de la gente y me resulta divertido cuando se enfada porque yo no lo hago para molestar a nadie. Buenas o malas, provocar emociones es lo que más me gusta”.

A los 20 años fundó su propia compañía, con la que ha creado cerca de una decena de montajes.

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(Christophe Raynaud) Imagen de su espectácul­o Grito Pelao durante el pasado festival de Avignon.
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(Sipa) Imagen de su espectácul­o Caída del cielo.

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