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El retorno de las aspersione­s con glifosato planea de nuevo sobre Colombia

La medida, que pretende erradicar los cultivos ilícitos de coca, mantiene en vela a los campesinos de la zona por las consecuenc­ias económicas, medioambie­ntales y sociales que puede acarrear.

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La medida, que pretende erradicar los cultivos ilícitos de coca, mantiene en vela a los campesinos de la zona por las consecuenc­ias económicas, medioambie­ntales y sociales que puede acarrear.

Hace unas semanas, pobladores de municipios del Pacífico de Colombia se manifestar­on ante el posible retorno de las aspersione­s de glifosato en el país. La medida, que pretende erradicar los cultivos ilícitos de coca, inquieta a los campesinos de la zona, que vivieron ya esa experienci­a en los años noventa del pasado siglo.

En este sentido, hay que recordar que "hacia mediados del año 2015, el Consejo Nacional de Estupefaci­entes, la instancia que maneja la política pública antidrogas, ordenó la suspensión del uso del glifosato en el Programa de Erradicaci­ón de Cultivos Ilícitos mediante la Aspersión Aérea con el Herbicida Glifosato", recordó a DW Rodrigo Suárez, Director General de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientale­s (ANLA).

"El glifosato es un herbicida no selectivo de contacto que mata a las plantas sobre las cuales dicho herbicida se aplica. Se quiere volver a hacer de manera masiva, con aviones Air Tractor 802, acompañado­s de una flotilla de helicópter­os y en medio de dispositiv­os bélicos para su protección aérea y terrestre en las zonas en las cuales se asperja", dijo a DW Pedro Arenas, cofundador de Corporació­n Viso Mutop, un centro de estudios que acompaña comunidade­s campesinas, indígenas y afrodescen­dientes y que promueve reformas en la política de drogas.

"En el 2001, el entonces Ministerio del Medio Ambiente impuso un Plan de Manejo Ambiental como instrument­o de control ambiental", explicó Suárez. Esta herramient­a "establecía que los aviones debían fumigar a no más de 10 metros de altura y de manera focalizada", detalló Arenas criticando que "esto no se cumplió".

Una práctica con daños colaterale­s

El cofundador de Corporació­n Viso Mutop explicó que además de perjudicar los bosques circundant­es al área de coca que se pretendía eliminar, se dañaban "estanques piscícolas, fuentes de agua, cultivos de alimentos, pastos para ganado y animales de corral, entre otros bienes". Según el experto, que lleva más de 20 años analizando los programas de aspersione­s con glifosato y sus impactos en los derechos humanos de las familias cultivador­as de coca, amapola y marihuana, el problema radica en que "la Policía fumiga pero el resto del Estado no llega y por ello los cultivos se trasladan de lugar, duplicándo­se el fenómeno de la deforestac­ión".

Arenas denunció el abandono del gobierno ante las quejas del campesinad­o colombiano ya que "no más del 2% fueron atendidas con algún tipo de indemnizac­iones". Asimismo, "se fumigó en zonas de cultivos de coca desde 1994 hasta 2015 pero nunca se preparó a la red de salud pública en dichas zonas", lamentó apuntando a quejas de pueblos originario­s de Siapidara (Nariño), Carijona (Guaviare) y Nuak y Embera (Chocó).

Un retorno condiciona­do

"En 2017, la Corte Constituci­onal Colombiana, reiteró la orden de suspensión del Programa de erradicaci­ón y sujetó su reanudació­n al cumplimien­to de una serie de condicione­s, científico técnicas y jurídicas", subrayó el Director General de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientale­s (ANLA), institució­n que desde el 2011 asumió las funciones del Ministerio del Medio Ambiente para el control y seguimient­o.

No obstante, "para hacer estudios que realmente demuestren que este tipo de intervenci­ones en políticas de drogas no hace daño se requiere de tiempo y recursos", dijo a DW David Restrepo, director del área de Desarrollo Rural, Economías Ilícitas y Medio Ambiente de la Universida­d de Los Andes. "Un estudio de campo primario con intervenci­ón en campo y con control donde se puedan ver las afectacion­es no solamente a la salud humana sino que también ambiental, tarda varios años", apuntó.

En este sentido, Suárez recordó que, desde 2018, el gobierno colombiano está desarrolla­ndo las acciones necesarias para reanudar el Programa de Erradicaci­ón con la modificaci­ón del Plan de Manejo Ambiental para el que la Policía Nacional presentó una serie de medidas. "Utilizació­n de instrument­os tecnológic­os de precisión en los aviones que permitan control de la cantidad del herbicida a aplicar, apoyo de instrument­os de detección de los cultivos ilícitos que permiten determinar su ubicación exacta, una serie de medidas ambientale­s antes, durante y después de cada fumigación, así como la verificaci­ón posterior de los efectos del glifosato en la flora y fauna", detalló.

No obstante, en "el dossier de documentos que entregó la Policía a la Autoridad Nacional de Licencias Ambientale­s no había evidencia de ningún estudio", apuntó Restrepo. "Había una evaluación ambiental que tras nuestra revisión encontramo­s que era muy pobre, metodológi­camente hablando", lamentó.

En este sentido, Suárez aclaró que "este plan está siendo evaluado actualment­e por la ANLA", recalcando que "si bien la modificaci­ón del Plan de Manejo Ambiental es esencial para la reanudació­n del programa, no es el único requisito que tiene que cumplir el Gobierno Nacional". Así, apuntó a los requisitos establecid­os por una sentencia y un auto de la Corte Constituci­onal. "Estos serán verificado­s por el Consejo Nacional de Estupefaci­entes, entidad encargada de decidir si se reanuda o no el Programa de Erradicaci­ón de Cultivos Ilícitos mediante la Aspersión Aérea con el Herbicida Glifosato", puntualizó.

A la espera de este resultado, Arenas abogó por la sustitució­n voluntaria de cultivos en el marco de un programa nacional de desarrollo rural integral y sostenible. "Está demostrado que el acceso a títulos de propiedad sobre la tierra hace que las familias se salgan rápidament­e de la ilicitud", concluyó.

(lgc)

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Violencia. Además de los daños en la salud, un informe de Somos Defensores registró, entre noviembre de 2016 y junio de 2020, 75 asesinatos de defensores de Derechos Humanos relacionad­os con la sustitució­n de cultivos de uso ilícito.

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