Resurrección
El espíritu ha triunfado sobre la materia. Lo que tan solo ayer era dolor, angustia, impotencia, hoy se ha tornado en júbilo y confianza en el porvenir. Se ha recuperado la fe.
Jesucristo ha resucitado, confirmando así su promesa de hacerlo al tercer día posterior a su fallecimiento. Sus detractores se apresuran a difundir una falsedad: el cadáver ha sido sacado de la tumba por sus seguidores. Empero, esa mentira era refutada por los hechos, que hablaron por sí mismos.
Paulatinamente el Cristianismo se fue convirtiendo en una de las grandes religiones y filosofías de la humanidad, asumida como tal por millones de seres de diversas culturas, razas y nacionalidades, con un denominador común: la igualdad intrínseca de todas las personas, más allá de su clase social y posición económica, cada una poseedora de derechos y deberes inalienables, con dignidad y piedad. Su expansión debió enfrentar persecuciones, martirologios, oposiciones, que, lejos de destruirlo, lo fortalecieron. Siendo sus integrantes humanos, falibles, no estuvo exenta de desviaciones, de identificaciones cercanas con el poder temporal, que más de una vez manipuló y se sirvió de él, pero supo reencontrar su misión original: la opción preferencial por los desvalidos y desheredados.
Así lo ha comprendido el Papa Francisco, a fin de volver a los orígenes, dando ejemplo de humildad, solidaridad y vocación de servicio, ofreciendo alivio y consuelo a los perseguidos, migrantes, menesterosos, privados de libertad, desempleados, enfermos del cuerpo y del alma.
Su llamado posee tal fuerza que incluso quienes habían abandonado la Iglesia para abrazar el escepticismo, agnosticismo y/o el ateísmo han retornado a su seno. Simultáneamente, ha fortalecido el diálogo ecuménico con otras religiones, para conjuntamente enfrentar el consumismo rampante, la cada vez mayor desigualdad de ingresos y oportunidades, la corrupción publica y privada, el materialismo deshumanizante