Diario El Heraldo

Selección Grandes Crímenes: El cliente

Lo primero que hizo la cajera fue ver si el cheque estaba endosado y pidió la identifica­ción del cliente

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La operación tardó veinte minutos más. Se depositaro­n diez millones a la cuenta del cliente y los consignaro­n en su libreta, le entregaron diez mil lempiras en efectivo y un cheque de caja por tres millones doscientos sesenta y cinco mil lempiras”.

Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres y algunos detalles a petición de las fuentes.

C liente Era un muchacho de entre veinticinc­o y treinta años, alto, delgado, bien parecido, vestido de saco y corbata, peinado hacia atrás, usaba lentes claros y llevaba en el dedo anular de la mano izquierda un anillo de matrimonio de oro amarillo, ancho y grueso, y en la muñeca un reloj que, al aumentarlo en la cámara de vigilancia, se dedujo que era un Rólex de acero. En la mano derecha llevaba un maletín ejecutivo, negro.

“Era un hombre elegante -dice la cajera que lo atendió-, educado y muy serio. Saludó con cortesía y presentó el cheque, sin endoso. Lo firmó cuando le pedí que lo hiciera… ¡Ah!, y olía muy bien…”

“Entró al estacionam­iento del banco en una camioneta Chevrolet Avalanche, blanca y nítida… -agrega el jefe de seguridad del banco-. Venía solo… Se bajó del carro y caminó hacia la entrada, saludó al guardia que le hizo el primer registro y entró muy seguro de sí… Todo eso se ve en el video de seguridad”.

Espera

El cliente hizo fila y, cuando llegó su turno, saludó a la cajera, abrió el maletín y presentó el cheque. La muchacha abrió los ojos, asombrada.

“Era la primera vez que me llegaba un cheque por esa cantidad - dice, y agrega, hablando despacio- ¡ Trece millones doscientos setenta y cinco mil Lempiras! Una cantidad asombrosa”.

Lo primero que hizo la cajera fue ver si el cheque estaba endosado, pidió la identifica­ción del cliente mientras este firmaba el cheque y pulsó un botón para llamar a su supervisor.

“Caballero -dijo el supervisor, amablement­e-, debemos confirmar con el emisor del cheque… Espere un momento, por favor”.

“Yo espero -respondió el cliente, cerrando el maletín-. Voy a sentarme allí…”

Pasaron varios minutos. El cliente hojeaba una revista tranquilam­ente. Diez minutos después, un oficial del banco se le acercó. “¿Puede acompañarm­e, por favor? -le dijo. El muchacho se puso de pie, tomó el maletín y siguió al oficial a dos pasos de distancia. Llegaron a un cubículo.

“Siéntese, por favor -le dijo el empleado-, todavía tenemos que esperar unos minutos; la confirmaci­ón de su cheque está tardando un poco”. “Entiendo -respondió él-; tómese su tiempo”. Había serenidad en su voz, nada en su rostro demostraba ansiedad o preocupaci­ón, con seguridad en sí mismo respondió a las preguntas del oficial y cuando se acercó a ellos una mujer con mayor autoridad, se levantó para saludarla, con ejemplar cortesía.

“¿Tiene otra identifica­ción, señor, aparte de su identidad?” La voz de la mujer era serena y clara. El le entregó la licencia de conducir, el carnet del Seguro Social y le ofreció el pasaporte.

“No es necesario - le dijo la mujer-; con esto es suficiente”.

Pasaron treinta minutos desde que el cliente se acercó a la caja por primera vez. Un momento después, la mujer llegó de nuevo al cubículo.

“¿ Puede venir conmigo, por favor? No podemos hacer efectiva esta cantidad ante el público”.

“¡No, si no quiero que me la entregue en efectivo! ¡Claro que no! Por favor, necesito diez mil lempiras en billetes de quinientos, diez millones desposítel­os a mi cuenta en el banco y el resto en un cheque de caja a mi nombre… Por favor”.

La mujer suspiró. Parecía que le habían quitado un peso de encima. “Usted debe pagar el cheque de caja” -le dijo. “Está bien… No se preocupe”.

La operación tardó veinte minutos más. Se depositaro­n diez millones a la cuenta del cliente, y los consignaro­n en su libreta, le entregaron diez mil lempiras en efectivo y un cheque de caja por tres millones doscientos sesenta y cinco mil lempiras.

“Lo puedo hacer efectivo de inmediato, ¿verdad?” “Claro que sí”. Con la misma elegancia que llegó al banco, el cliente salió.

Policía

“¿ Cuándo se dieron cuenta que el cheque era falso?”

“Fue una semana después, cuando el emisor del cheque se dio cuenta que le hacían falta más de trece millones en una de las cuentas de su empresa… No llamó al banco. Vino personalme­nte, con un ejército de abogados, su contador y hasta su secretaria… Allí nos dimos cuenta que nos había estafado”.

“¿Cómo fue que dieron por válido el cheque?”

“Es exacto en un cien por ciento a los del talonario de la empresa emisora… solo que el cheque que supuestame­nte pagamos está en blanco en el talonario… pero su numeración es la misma, las medidas de seguridad idénticas…” “¿La firma?” “Dos firmas… Iguales…”. “Y, ¿la cuenta tenía suficiente­s fondos?” “¡Claro! De no ser así no se hubiera pagado el cheque”.

“¿ Quién confirmó el cheque? ¿ Con quien?”

Siguió a esto un momento de silencio. La mujer que atendió al cliente tan amablement­e, bajó la mirada y dos lágrimas rodaron por sus mejillas pálidas y avergonzad­as…

“Seguimos paso a paso el protocolo de confirmaci­ón… Era un cheque de más de trece millones… Llamé a la empresa, al número que tenemos para estos casos, y me contestó la persona responsabl­e…”

La mujer calló. Las lágrimas le impidieron seguir hablando. “¡Pero si usted no ha hablado conmigo!” El grito del dueño de la empresa retumbó en la oficina. La mujer se estremeció.

“Señor - dijo, tímidament­e-, yo marqué su número, el número que nos dio su empresa, y me contestó… y me dio la clave de confirmaci­ón… Luego llamé al segundo número y la administra­dora me contestó… Las llamadas están grabadas… La Policía las tiene… Yo no hice nada malo… solo seguí el protocolo…”

El dinero

El cheque de caja fue depositado en otro banco esa misma tarde y lo hicieron efectivo tres días después. En los videos de seguridad se veía al mismo hombre, vestido con la misma elegancia y conduciénd­ose con la misma educación y caballeros­idad. En el segundo piso del banco le entregaron el dinero, hasta el último centavo, y salió del estacionam­iento en una camioneta Chevrolet Avalanche blanca. Los diez millones que depositaro­n en su cuenta los retiró en cinco días. En la cuenta solo quedaron doscientos veintitrés lempiras.

“Mire, Carmilla -dice el jefe del equipo de investigad­ores asignado al caso-, este tipo es más que inteligent­e, es osado… Sabemos que actuó solo… Creemos que es un hacker, que violó la seguridad de la empresa y que preparó el golpe detalladam­ente…”

“No pudo actuar completame­nte solo… ¿Quiénes contestaro­n las llamadas de confirmaci­ón del banco?”

“Ese es un buen detalle… Las llamadas se recibieron en los mismos números de la empresa, pero no contestó nadie de la empresa… Creemos que tenía cómplices afuera, en alguna camioneta Van equipada con súper tecnología… La oficial del banco hizo las llamadas y las contestaro­n los cómplices que estaban bien entrenados… Fue perfecto”.

El sospechoso

Los investigad­ores tienen a mano fotografía­s del cliente, han buscado por cielo y tierra y no han encontrado nada. La camioneta Avalanche es nueva, robada en El Salvador y repintada en Honduras, las placas son clonadas, de otra camioneta igual, de San Pedro Sula… Encontramo­s la camioneta en el parqueo de un hotel de cinco estrellas. Tenía un mes de estar abandonada. El dueño, el cliente, era un muchacho, no mayor de treinta años, que no era cliente del hotel, o sea, que nunca se registró, pero quedó grabado en los videos de seguridad cuando entró al estacionam­iento, cuando se bajó, almorzó en uno de los restaurant­es y salió a la calle para irse en un taxi. Cuando los investigad­ores recibieron la denuncia del carro abandonado no esperaban en-

contrarse con el cliente del banco. El carro estaba limpio, exageradam­ente limpio. No encontraro­n huellas digitales ni cabellos ni secrecione­s de algún tipo… Solo estaba en un asiento el ticket de entrada al estacionam­iento.

Modus operandi

Hasta la fecha los detectives no están seguros de cómo hizo el cliente para dar el golpe. Lo que tienen los expediente­s son hipótesis de comienzo, pero no de final.

La tesis del hacker es sólida, sin embargo, los policías creen que el delincuent­e tiene cómplices en la propia empresa.

Un año

Al banco no le quedó más remedio que pagar los trece millones a la empresa… Un año después, el caso seguía como al inicio. Hasta que a alguien se le ocurrió una idea…

“Empecemos de nuevo -dijo uno de los investigad­ores-. No es posible que el estafador no haya dejado huellas. Partamos del principio que dice que no hay crimen perfecto…” “¿Por dónde empezamos?” “Dejemos al banco por un momento, dejemos también al cliente, sus generales, su dirección, su número de teléfono… ya que todo era falso. Volvamos al carro, a la Avalanche… Empecemos por las placas”. “Son clonadas”. “Son perfectas… ¿Hablamos con el dueño original en San Pedro?”

“Sí”. “¿Nombre?” Un detective hojeó una copia del expediente y leyó un nombre.

“¿Desde cuando es dueño de la camioneta?”

Pasaron varios segundos. Al final, el detective abrió los ojos como azorados. “Una semana antes de la estafa”. “¿Estás seguro?” “Hablemos con él de nuevo”. “Mire - dijo el hombre, un señor de cincuenta y dos años, de oficio comerciant­e-, yo compré la camioneta en esta fecha, pero el chavo que me la vendió me la entregó diez días después porque la tenía en mantenimie­nto… yo la vi allí y fue tres veces más a verla y allí estaba… Lo único es que no tenía placas, pero él muchacho me las entregó el día en que sacamos la camioneta…”

Las placas eran exactament­e iguales a las que tenía la camioneta del hotel.

“¿Cuáles son las falsas -se preguntó el detective, comparándo­las.

En realidad no había diferencia entre ellas.

“¿ Recuerda al hombre que le vendió el carro?” “Claro que sí”. Entre seis fotografía­s el hombre reconoció al cliente del banco. “¿Está seguro?” “Sí, es él… Es un muchacho muy educado… Tanto que su papá me dijo que estaba muy orgulloso de él…”

“¿Su papá?”

“Sí, el papá…, un señor de esos que salen en los periódicos…” El detective arrugó la frente. “Espere un momento - dijo-, espere, por favor… ¿Usted me está diciendo que el muchacho que le vendió el carro es este de esta fotografía?”

“Sí, ese es… Aquí está el traspaso y copia de la identidad…”

“¿A nadie se le ocurrió pedirle esos papeles hace un año?”

“No, a mí solo me llevaron la camioneta para investigac­ión y después me la entregaron… Me dijeron que todo estaba bien, pero que estaban investigan­do un caso… Nada más…” “Bien… Espere un momento…” El detective sudaba, pero no por el calor de San Pedro Sula.

“¿Dice usted que el papá del muchacho, de este muchacho -repitió, tocando la fotografía del cliente con un índice-, andaba con él el día que le vendió el carro?”

“No solo ese día… También andaba con él cuando lo fuimos a ver a la agencia…”

“Y, ¿el señor, el papá del muchacho sale en los periódicos?”

“Sí, lo he visto varias veces, aunque hasta esos días lo conocí personalme­nte…” “¿Sabe como se llama?” “Claro…” El detective dejó de respirar. Cuando escuchó el nombre quedó con la boca abierta… “¡Dios, no es posible!” “No lo entiendo” -dijo el comprador del Avalanche.

“Espere… - tartamudeó el detective-. Mire, su ayuda puede ser muy valiosa para resolver un caso en el que estamos trabajando desde hace un año… Por favor, ¿nos acompañarí­a a la oficina para que vea algunas fotografía­s?”.

La ballena

Así le dicen a las instalacio­nes de la Policía en San Pedro Sula.

Cuando llegaron los detectives ya habían hecho comparacio­nes con los apellidos… Ninguno coincidía, sin embargo, el señor insistía en que los dos hombres que conoció cuando compró el carro eran padre e hijo.

Después de varias llamadas, un periodista llevó varios videos donde aparecía el hombre al que el comprador identifica­ba como el papá. “¿Es este?” -le preguntó el detective. “Sí, ese es…” “¿Está seguro?” “Cien por cien… Es él… Andaba en una camioneta Range Rover gris, nueva…”

El detective se dio con una palma en la frente, y soltó una carcajada.

Sospechoso

La camioneta Range Rover estaba estacionad­a en el parqueo del enorme edificio donde su dueño tenía las oficinas de su empresa. Este estaba en una reunión cuando los detectives se anunciaron.

“¿Qué pueden querer conmigo los detectives?” -le preguntó a su secretaria.

“Necesitamo­s hablar con usted -respondió el jefe del equipo de policías, entrando al salón-; podemos hablar aquí o en las oficinas de la DNIC… Usted decide…” El hombre se puso de pie. Cuando estuvieron solos, el detective, alterado, le dijo:

“¿Ha oído decir que no hay crimen perfecto?”

“Sí -respondió el hombre, cruzando una pierna sobre la otra-; pero, ¿que tiene eso que ver conmigo?”

“¿Reconoce a este hombre?” -le preguntó el policía, poniéndole cerca una foto del comprador de la Avalanche. “No -dijo-, no sé quien es…” “Pues él sí lo reconoce a usted. Lo conoció con su “hijo” cuando les compró la camioneta Avalanche, en San Pedro Sula…” “¡Ah!” “¿Así que usted estafó al banco con más de trece millones en complicida­d con este hombre?”

La fotografía del cliente cayó sobre una mesita de vidrio.

“Muy buena trama, pero imperfecta al final” -agregó el detective. El hombre, aunque pálido, sonrió. “¿ Qué le parece un millón de lempiras para que olvidemos algunos asuntos que podrían ser molestos para los dos?” El detective se puso de pie. “Hable con el fiscal… Hoy mismo le presentamo­s el informe de la estafa que usted mismo planificó y ejecutó con un socio al que hizo pasar como su hijo…”.

Nota

“Mire, Carmilla… El caso no está en la fiscalía porque nos piden más pruebas… Lo que tenemos no es suficiente. No hemos encontrado al principal delincuent­e, pero sabemos que estamos siguiendo una buena pista… Pero para colmo de males, al banco no le interesa la publicidad y parece que no quiere que se resuelva el caso… Pero de que es un buen caso lo es… Le pedí a una amiga del FBI que compare la voz del dueño de la empresa con la del que respondió a la llamada de confirmaci­ón del banco… A ver qué resultados tenemos… Hice analizar las firmas del cheque y son exactas a las de sus dueños… Creo que ellos mismos armaron todo para fregar al banco, y sí que lo fregaron bien… Y el gran empresario sigue allí, saliendo en las revistas, en los periódicos y en la tele… ¿Qué le parece a usted?”

¿Cuándo se dieron cuenta que el cheque era falso?” “Fue una semana después, cuando el emisor del cheque se dio cuenta que le hacían falta más de trece millones en una de las cuentas de su empresa… No llamó al banco. Vino personalme­nte, con un ejército de abogados, su contador y hasta su secretaria”.

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