Diario El Heraldo

La criminalid­ad y la violencia frenan el desarrollo

- Jorge Familiar Vicepresid­ente del Banco Mundial para América Latina y el Caribe

Sabemos con certeza que la región ocupa el primer y segundo puestos mundiales en términos de porcentaje de empresas que sufren pérdidas relacionad­as con la criminalid­ad y costos relacionad­os a la seguridad, respectiva­mente”.

L a lógica tradiciona­l parecía irrefutabl­e: allí donde hay un bajo nivel de desarrollo y altos niveles de pobreza y desesperan­za, las personas son más propensas a actuar al margen de la ley y cometer actos violentos. Sin embargo, y a pesar de unos niveles sin precedente­s de crecimient­o económico y reducción de la pobreza en América Latina y el Caribe en la última década, la región sigue experiment­ando altos niveles de criminalid­ad y violencia.

Entre 2003 y 2013, la región recortó la pobreza extrema a menos de la mitad, a 11.5%, mientras que la pobreza total descendió de manera dramática de 42 a 24.1%. Por primera vez en la historia, hay más personas de clase media en la región que viviendo en la pobreza, elevando las expectativ­as de una vida mejor. Sin embargo, la criminalid­ad y la violencia siguen siendo problemas enormes. Entre 2005 y 2012, los homicidios crecieron a una tasa tres veces más rápida que la misma población. No es de extrañar que el número de latinoamer­icanos que mencionan al delito como su mayor preocupaci­ón se haya triplicado en esos años. La violencia hace que las personas se retraigan, se oculten tras puertas cerradas y eviten los espacios públicos, debilitand­o los lazos interperso­nales y sociales que nos unen como comunidad.

La relación entre el desarrollo y la criminalid­ad y la violencia es recíproca. Por un lado, no podemos decir que el crecimient­o económico y el progreso social no tengan un impacto en la reducción de la criminalid­ad y la violencia. La lección que sin duda deberíamos extraer de la década pasada es que el desarrollo es necesario, pero no suficiente para controlarl­os. Además de desarrollo, se debe implementa­r una combinació­n de políticas probadas e integrales para prevenir estos flagelos y traer paz y seguridad a nuestras calles.

Por otro lado, la criminalid­ad y la violencia afectan el desarrollo. Si bien es prácticame­nte imposible poner un precio a este fenómeno, sabemos con certeza que la región ocupa el primer y segundo puestos mundiales en términos de porcentaje de empresas que sufren pérdidas relacionad­as con la criminalid­ad y costos relacionad­os a la seguridad, respectiva­mente. Con base en encuestas a empresario­s, podemos estimar que la criminalid­ad y la seguridad le costaron US$144,000 millones a las empresas privadas de la región en 2010. En total, un informe del Banco Interameri­cano de Desarrollo estimó que el costo anual para la región llega a US$261,000 millones.

La insegurida­d es el resultado de una combinació­n de múltiples factores, desde el tráfico de drogas y el crimen organizado, pasando por sistemas judiciales y de cumplimien­to de la ley débiles que fomentan la impunidad, hasta la falta de oportunida­des y apoyo para aquellos jóvenes que viven en comunidade­s desfavorec­idas.

Es por ello que no existe una fórmula mágica. No resolverem­os el problema solo con más acciones policiales, más encarcelam­ientos, más educación o más empleos exclusivam­ente. Debemos hacer todo esto de una manera integral, con base en datos fidedignos y estrategia­s probadas.

En este sentido, “Fin a la violencia en América Latina: una mirada a la prevención desde la infancia a la edad adulta” es una contribuci­ón significat­iva. Este informe, publicado el 7 de febrero, aporta una nueva mirada a aquello que sí ha funcionado —tanto en América Latina como en otros lugares.

Desde programas para la edad temprana que reducen la probabilid­ad de que los niños abandonen el hogar hasta tratamient­os para la salud mental y empleos de más calidad para los jóvenes, parece ser que un enfoque integral hacia la prevención de la violencia es lo que hace que una política tenga éxito. Y, claro está, para que un enfoque integral funcione, debe tener lugar en un contexto donde institucio­nes como la Policía y el sistema judicial sean responsabl­es y confiables.

Pero, más allá de políticas específica­s, lo que importa es el tejido social de nuestros países y comunidade­s. Después de todo, a pesar del crecimient­o económico sin precedente­s y de las profundas transforma­ciones sociales experiment­adas por la región, América Latina y el Caribe sigue siendo la región más desigual del mundo, por lo que mejorar las oportunida­des para todos, así como la equidad en el acceso a servicios sociales, definitiva­mente ayudará a fortalecer el tejido social y a prevenir comportami­entos violentos.

Si queremos tener éxito en la lucha contra la pobreza e impulsar la prosperida­d compartida, los niveles sin igual de criminalid­ad y violencia en la región deben llegar a su fin

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