Venezuela ocupa el segundo puesto en el mundo en asesinatos y número de actos delictivos, pese a que miles de delitos ya no se denuncian y la policía apenas actúa
apenas actúa para prevenir los delitos y detener a los delincuentes. El inepto gobierno bolivariano, que ya lleva más de dieciocho años en el poder sin saber qué hacer con un país que ha destruido literalmente, ha aprobado en estos años 26 planes contra la violencia que no han tenido resultado alguno ni traducción en las calles. La violencia más primaria sigue campando a sus anchas en las ciudades venezolanas.
A este aumento sin duda en la inseguridad en el mundo han contribuido los conflictos abiertos en una buena parte de la geografía planetaria. Aparte de las guerras civiles de Irak, Siria y Afganistán, que ya hace años comenzaron sin que se atisben señales de que vayan a concluir, se le han venido a unir nuevos conflictos, como el de Yemen y los nunca cerrados en toda áfrica (Sudán, Somalia, República Democrática del Congo y Eritrea, por citar solo algunos).
Sin querer ligar el asunto de la inmigración con la percepción de la inseguridad en Europa, hay que reseñar que todos los estudios de opinión señalan que los ciudadanos perciben un aumento en la inseguridad en muchos países del continente en los últimos años. Los ataques terroristas contra Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania y España, junto con otros de menor entidad, han revelado que las sociedades occidentales son vulnerables al terrorismo y que los conflictos se pueden revelar con fuerza más allá de las latitudes donde se desarrollan. Los europeos ya no son ajenos a la guerra que libra el Estado Islámico y otros grupos yihadistas contra la civilización occidental, sino que son, quizá, su principal objetivo y sus víctimas propiciatorias.
La percepción
Haría muy mal Estados Unidos en este contexto de globalización del terror en aislarse y tapiar sus fronteras para tratar de ocultar los conflictos y contenciosos de nuestro tiempo. Solamente desde un enfoque global, buscando un consenso trasnacional y respuestas adecuadas que garanticen seguridad y estabilidad, se podrá hacer frente a uno de los mayores retos que tiene la humanidad en estos momentos. La guerra en Siria ha demostrado cómo un foco de conflicto absolutamente descontrolado, pese a la ayuda rusa al régimen del carnicero de Damasco, Bashar al Asad, puede afectar a una región entera y romper los frágiles equilibrios que hasta ahora pervivían en Oriente Medio y llevar la inestabilidad y la guerra a sus vecinos. Tanto Israel, Irak, Irán, Jordania, Líbano y Turquía se han visto implicadas, en mayor o menor medida, en el conflicto sirio y estas naciones han sido sacudidas por la inestabilidad creciente en este país. La inseguridad ya no es un asun- to local, sino que traspasa la fronteras y se convierte en un problema global.
Pero también la guerra siria ha afectado las relaciones internacionales, pues las diferencias acerca de cómo abordar el fin de la contienda han generado suspicacias y tensiones entre Rusia y Estados Unidos que no se conocían desde el final de la guerra fría. También la Unión Europea (UE) ha mantenido posiciones muy diferentes a las de las dos grandes superpotencias, aunque siempre apostando por un diálogo entre todas las partes para poner fin al conflicto excluyendo del mismo (y exigiendo su salida de la escena) de Bashar al Asad.
Además, la terrible situación que padece Siria ha provocado uno de los mayores éxodos de este siglo: más de once millones de sirios se han visto desplazados en su propio país o han tenido que partir como refugiados hacia Europa. La crisis se reveló con crudeza en Turquía, Grecia y una buena parte de los países de los Balcanes, que vieron cruzar sus fronteras a miles de personas carentes de lo más básico y huyendo de una guerra bárbara. Media Europa echó el grito en el cielo, cundió el pánico, se extendió una ola de insolidaridad creciente y las fronteras se vieron desbordadas por una muchedumbre nunca vista hasta ahora en el continente.
Alemania ofreció alojamiento y acogida a más de un millón de inmigrantes sirios y de otros países en conflicto que fueron recibidos con entusiasmo y alegría por miles de alemanes. Pero en pocas semanas ese recibimiento se agrió y el rechazo por una parte de la sociedad alemana, que creía que su bienestar y sus puestos de trabajo peligraban, se hizo evidente
Un manto de intolerancia y xenofobia cayó sobre las ciudades alemanas.