Diario El Heraldo

País soñado El regreso del emigrante derrotado

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vendiendo la vaquita o el terrenito o el carrito en el pueblo; o juntando dinero entre familiares y amigos, que ayudan con lo que pueden; y muchos se endeudaron con los traficante­s de personas y se comprometi­eron en pagar con los billetes verdes que ganarían con “el sueño americano” de partirse la espalda recogiendo hortalizas, cargando en la construcci­ón y arrimando el hombro a lo que sea, por eso no quieren salir en la tele ni en los diarios, para irse de nuevo, una, dos o cinco veces.

Los hemos visto también en las calles estadounid­enses: varios hondureños están bien; otros, peor. Algunos lograron un puesto de oficina, o ya son jefes o tienen su propio negocio. Pero hay una mayoría que se esconde de la cacería feroz de inmigrante­s, que comenzó con el gobierno de Donald Trump. Solo en los primeros días de este año hay redadas en doce estados y ya nos devolviero­n casi cinco mil. Será difícil para un compatriot­a que recorre Washington en bicicleta para entregar encomienda­s, o el que vendía bolsos pirateados de Louis

Algunos se han espabilado con la experienci­a azarosa del recorrido, como un Odiseo mítico que no conocen, enfrentaro­n el peligro mortal y sufrieron de todo”.

“Pero el desafío es colosal: crear aquí las fuentes de trabajo, la mejoría económica y la tranquilid­ad social que nuestros compatriot­as buscan afuera”.

Vuitton y Burberry en una avenida de esa capital policializ­ada. En Nueva York algunos cuelgan de los edificios limpiando vidrios, muertos de frío. En Miami conocí a otros que se dedican a lavar carros y cargar mudanzas, muertos de calor. En Los Ángeles sirven en restaurant­es mexicanos o sacan a pasear los perros ajenos con bolsas plásticas para los desperdici­os. Una vida dura, durísima, y solo sueñan con tener sus papeles, el permiso de residencia, y por qué no, la ansiada naturaliza­ción.

Es probable que ya haya contado la historia, no lo recuerdo, pero a Edgardo lo conocí en un semáforo de Tegucigalp­a; se acerca a los vehículos en silla de ruedas, pidiendo una ayuda, por favor. Entre la luz roja y la verde me fue contando en los días que pasaba por allí cómo había sido su viaje, sorteando el peligro en Guatemala, es- capando de la policía, hasta llegar a México y escurrirse de los pandillero­s, y sufrir los asaltos. Trabajar casi como esclavo para seguir la ruta, apenas comer y medio dormir, pero el cuerpo no da para tanto. Cuando subió al “tren de la muerte”, al que también le llaman “la bestia”, ya acumulaba el agotamient­o, el temor, el estrés, todo; y se cayó a los raíles y perdió las piernas, y las posibilida­des y la esperanza.

El gobierno hondureño ya recibió el primer desembolso de los 750 millones de dólares que Estados Unidos aprobó para mejorar las condicione­s que obligan a emigrar a ciudadanos de nuestro país, Guatemala y El Salvador; pero el desafío es colosal: crear aquí las fuentes de trabajo, la mejoría económica y la tranquilid­ad social que nuestros compatriot­as buscan afuera, aunque les vaya la vida en ello

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