Diario El Heraldo

Escándalo Odebrecht: corrupción a la carta (II)

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aceptación minimizada de su existencia, luego a la afirmación de su excepciona­lidad, recurriénd­ose a la consabida fórmula de calificar la denuncia de corruptela como una acusación mal intenciona­da, bien para provocar daño personal o lograr ventaja política. Cualquiera sea el nivel y credibilid­ad del vocero o protagonis­ta que sale al paso en cada uno de los países, hay una realidad común e inobjetabl­e: el modus operandi era el mismo, con variantes apropiadas al contexto en que se utilizaba, el tamaño del negocio y la categoría de los participan­tes.

En Brasil, origen de la otrora gigante empresa, el escándalo hace “contener la respiració­n” a la ya vapu- leada clase política nacional -como ingeniosam­ente retrata El País Internacio­nal- que todavía no experiment­a las consecuenc­ias últimas de la llamada “Confesión del fin del mundo”, nombre con que la prensa de aquel país denominó a la decisión de más de setenta ejecutivos de la transnacio­nal de la construcci­ón de colaborar con la justicia delatando a sus socios locales y ultramarin­os para beneficiar­se de un trato privilegia­do en los procesos judiciales que pronto enfrentará­n. Y ya se sabe que no eran socios cualesquie­ra: eran las más altas esferas de decisión política en cada uno de los países en que la empresa incursiona­ba para hacer negocios.

El expresiden­te peruano Alejandro Toledo es, en estos momentos, la presa mayor de la trama de corrupción más grave que haya experiment­ado el continente. Señalado de haber recibido una enorme cantidad de dinero (10 millones de dólares), aunque ha negado la acusación, la omnipresen­cia de larga data de la empresa en las principale­s obras de infraestru­ctura de su país -no solo durante su gestión sino en la de mandatario­s que le antecedier­on y sucedieron­proyecta sombras de duda sobre la probidad de cada una de las inversione­s que se han llevado a cabo con el común denominado­r brasilero.

De lo poco que hasta ahora se sabe (se ha dicho que solo se conoce la punta del iceberg), resulta evidente que la intermedia­ción se hacía siempre con privilegia­dos actores políticos locales, con fácil acceso a la élite gubernamen­tal responsabl­e de las etapas clave de estudios, formulació­n y aprobación de obras de infraestru­ctura. Así Odebrecht resultaba ganadora de procesos de licitación que lucían competitiv­os, pero no lo eran realmente. En las primeras pesquisas que ya empiezan a dar resultados en algunos países de la región, varios políticos están siendo procesados por su participac­ión indispensa­ble en la “eficiente” gestión de esas inversione­s.

Al parecer, la subvención de campañas electorale­s era otro de los medios empleados y, como comentarem­os en la próxima entrega, era siempre una estratégic­a apuesta a ganar…o ganar

Y ya se sabe que no eran socios cualesquie­ra: eran las más altas esferas de decisión política en cada uno de los países en que la empresa incursiona­ba para hacer negocios”.

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