“colegios y escuelas de garaje”
La proliferación de los denominados “colegios y escuelas de garaje” es una amenaza para la calidad de la educación y su impacto no es un asunto que se deba tomar a la ligera. Solo en Francisco Morazán se tramitan cada año hasta 200 solicitudes para abrir nuevos centros de enseñanza, muchos de los cuales no reúnen los requisitos pedagógicos, pero que igual comienzan a ofrecer un servicio sin estar calificados para ello. Para el caso, en 2014 las autoridades educativas reportaron la existencia de unas 170 instituciones privadas que operaban ilegalmente en este departamento, y anunciaban el cierre de unas 26 para 2015 -algunas con más de dos décadas de estar operando- por no cumplir con los requisitos; mientras que en 2016 estaban bajo investigación unas cien que presentaban irregularidades. Esta alta oferta obedece a una creciente demanda que ha permitido hacer de la educación un negocio redondo. Y es que estos centros de estudio se han ido adaptando, al menos en apariencia, a las aspiraciones y necesidades de muchos padres de familia al ofrecer, por ejemplo, la enseñanza de idiomas a precios más bajos que la competencia, al ubicarse estratégicamente en barrios y colonias en cuyo perímetro no hay disponibles instituciones consolidadas y al extender horarios para cuidar a los niños después de clases.
El problema es cuando el nivel de la educación que brindan es su mayor desventaja, porque entonces no solo se está botando dinero sino que, más grave todavía, se está marcando el futuro de estos jóvenes y, por ende, del país. Como indica el Banco Mundial, la calidad educativa contribuye más al crecimiento económico que los años de escolaridad. El fenómeno de estos “centros educativos de garaje” lleva inevitablemente a cuestionar también la calidad de la enseñanza y la cobertura de los centros públicos, lo que obliga a muchos padres a buscar opciones más accesibles, pero que terminan siendo un remedio peor que la enfermedad.
Las autoridades están obligadas a controlar y vigilar esos centros, asegurándose de que cumplan con las condiciones necesarias para ejercer la trascendental tarea de enseñar. Por supuesto, que en ese cometido de velar por la calidad de la educación que están recibiendo niños y jóvenes, los padres no pueden quedarse atrás