Tragedia forestal
Uno de los pulmones de la capital de Honduras ardió el miércoles en uno de los peores -si no el peor- incendios que se han registrado en lo que va del año en nuestro país. Las imágenes del siniestro, que según las autoridades inició en El Sitio y se extendió hasta El Hatillo, El Picacho y parte del Parque Nacional La Tigra, evocaban un verdadero infierno, el que habría sido provocado por mano criminal.
De hecho, el gobierno anunció una recompensa de 250 mil lempiras a quien dé información que permita esclarecer las causas de tan lamentable suceso que impactó en más de 400 hectáreas de bosque y que ha obligado a suspender las clases en los centros educativos ubicados en las zonas afectadas.
La tragedia forestal no solo significa mayor contaminación en la capital, y por ende aumento de algunas enfermedades, altas temperaturas, destrucción de la flora y fauna, sino miles de galones de agua extraídos de la represa Los Laureles, que ya se encontraba a menos de la mitad de su capacidad, y cuyo nivel bajó un 40% aproximadamente durante la emergencia. El panorama que se vislumbra es de una aguda escasez de agua, mayor a la que ya sufrimos los capitalinos, durante la Semana Santa que se aproxima.
En medio de la gravedad de la situación ambiental justo es reconocer la acción del Cuerpo de Bomberos, Fuerzas Armadas y Fuerza de Tarea Conjunta Bravo en las labores para controlar las llamas.
Pero también hay que mencionar la ingobernabilidad, la falta de capacidades técnicas de investigación y las malas prácticas de manejo forestal. Aunque en 2016 el Conadeh rindió un informe que señalaba la reducción en un 50% de los delitos forestales, estamos viendo en el primer trimestre de este año un aumento de las quemas e incendios que demandan más monitoreo de los entes responsables, sobre todo porque los delitos forestales son de difícil detección y casi siempre quedan en la impunidad.
Pero se necesita, sobre todo, educar y concienciar a la población en la prevención de incendios, en la vigilancia y en la denuncia de los pirómanos o autores de prácticas irresponsables que ponen en peligro nuestra vida y nuestros recursos. Al final las consecuencias las pagamos todos