País soñado Votar en una democracia vacía
los medios de comunicación, afea las calles y bulevares con sus carteles y tapa el paisaje con sus gigantescas vallas. Así que mucha gente va a las urnas como a un concierto o al fútbol, movida por un entusiasmo efímero que desaparece cuando acaba el espectáculo. Si les pidieran que fueran a votar espontáneamente, es seguro que tendríamos un sorprende e inmanejable abstencionismo.
En su novela “Ensayo sobre la lucidez”, José Saramago nos cuenta la historia de una ciudad sin nombre, donde unas aparentes elecciones controladas por el poder fueron sorprendidas por el voto masivo en blanco, un 83% que superó por mucho a los partidos tradicionales y alternativos, que no pasaron del 8% vergonzoso. Por su insumisión, aquella sociedad ficticia tenía la amenaza de las autoridades que querían castigar a quienes solo ejercieron su derecho. Aunque el arte parece imitar la vida, esto es impensable en Honduras, porque junto a nuestra votación, también se unen muchísimos votos rellenados en las mesas electorales, y los de quienes votan dos, tres o cinco veces (no precisamente porque sean apasionados la democracia), y el de los difuntos, que tanto los extrañan sus familiares, pero que misteriosamente aparecen el día de elecciones para ejercer el sufragio.
La mayoría de los votos blancos y nulos del proceso anterior, más de doscientos mil, son del Partido Nacional, que recibió el rechazo de muchos empleados públicos que votaron temerosos de perder sus trabajos, y coincidieron los que simpatizan y los que no, para mostrar su molestia de aparecer en el censo nacionalista forzosamente. En el Partido Liberal recibieron unos setenta mil y en el Partido Libertad y Refundación (Libre) más de cuarenta mil; ninguna de estas dos últimas instituciones tiene tentaciones que ofrecer y menos poder coercitivo para mover a los votantes, además es inipor maginable ahí que alguien se tome la molestia de ir a votar solo para anular el voto o dejarlo sin marcar. Tantos votos anulados y en blanco descubren también que muchos se confunden al votar y hay que enseñarles, porque pueden decidir la elección.
Y si al final lo que tenemos no es democracia, si no solo el espectáculo de la democracia, no es extraño que los políticos se presenten como los actores de esa tragicomedia, que representan su papel y solo existen cuando aparecen en la tele; porque si tuviéramos una verdadera democracia, como escribe el politólogo español Juan Carlos Monedero, “quemaríamos en la hoguera a quien incumpliera los programas electorales o guillotinaríamos a quien hiciera lo contrario de lo prometido mientras se representaba la función electoral”.
La democracia seguirá siendo vacía, solo un espectáculo, mientras la tengamos reducida al proceso electoral y no sirva para mitigar la desigualdad, para repartir en partes iguales para todos los recursos del país, la justicia, los derechos y el desarrollo; y que votar nulo o en blanco signifique algo
Tantos votos anulados y en blanco descubren también que muchos se confunden al votar y hay que enseñarles, porque pueden decidir la elección”.
“La democracia seguirá siendo vacía, solo un espectáculo, mientras la tengamos reducida al proceso electoral y no sirva para mitigar la desigualdad”.