Diario El Heraldo

País soñado El delirio y las tarjetas de crédito

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cosas que a veces no necesitaba; pero los contratos llevaban una letra pequeña que nadie leyó. Tampoco le explicaron a nadie cómo era eso de los intereses, los retrasos, el pago mínimo, seguros, sobreendeu­damiento ¡Claro que no! Si el gran negocio para los emisores es que haya atrasos y ahí comienzan los problemas.

Con el tiempo, las compañías emisoras de tarjetas de crédito lograron importante­s concesione­s para sus beneficios y en perjuicio de la población, obviamente por la falta de un control de parte del Estado y la complicida­d de muchos políticos, que nos dejaron el servicio más caro de toda la región, hasta un infame 72% de interés anual; en Centroamér­ica las cifras se mueven entre 38% y 42%; en Sudamérica, los colombiano­s se quejan por los intereses máximos de 30.62%; en Chile 29.04%; en Venezuela 29%; solo la crisis argentina alcanza 68%. En Europa, las cifras son muy parecidas en distintos países, alrededor de 27%; y en Estados Unidos un 29%.

Aquí, con esos intereses astronómic­os y abusivos, los emisores ganan más de ocho mil millones de lempiras al año, lo dijeron en el Congreso Nacional. Ahora el gobierno trata de frenar estos niveles usureros; está claro que es un negocio y tienen que ganar, pero en límites aceptables, justos, equilibrad­os, que no esquilmen la calamitosa economía del hondureño. Desde Casa de Gobierno se promueve que los intereses bajen en un 25%, es decir, que quede en un máximo de 54%, aunque es todavía alta, ya es un alivio, un respiro; hasta que logre alcanzar los estándares de la región en un 40%. Con esta tasa, los bancos seguirán ganando mucho dinero y a lo mejor tendrán clientes más satisfecho­s, porque, al menos hoy, la mayoría se siente estafada y abomina de los banqueros.

La apuesta del gobierno debería incluir además el aspecto sociológic­o y psicológic­o de este inmanejabl­e lío que nadie ha querido enfrentar: agobiados por estas deudas impagables, muchos hondureños llevan una vida miserable, perseguido­s, acosados; varios han renunciado al trabajo para escapar de la persecució­n, otros se han marchado del país, y todo deviene en un deplorable problema de salud pública. Si la deuda existe y es comprobabl­e, se debe pagar, pero lo justo. También hay infinidad de denuncias de cobros que el público no sabe de dónde salieron, o deudas de hace cinco, siete o diez años, que a lo mejor el cliente ya pagó, difíciles de demostrar; por eso las deudas deben caducar si no se cobran en un tiempo determinad­o.

Mientras llegan los intereses justos, intentemos volver a tiempos sin tarjetas, cuando los prestamist­as visitaban a las oficinas (ahora están regulados por la ley); o como los alemanes, los italianos y otros más, que prefieren llevar efectivo en la bolsa y olvidarse del asedio, de la usura

La tarjeta daba un estatus, la gente la mostraba altiva (entonces no pedían identifica­ción) para comprar cosas que a veces no necesitaba”.

“Es un negocio y tienen que ganar, pero en límites aceptables, justos, equilibrad­os, que no esquilmen la calamitosa economía del hondureño”.

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