EntrE ParéntEsis El poder y la magia de sus símbolos
épocas en que la utilización privilegiada de ellas estaba reservada a unos pocos, bien por herencia o por triunfo en campaña de guerra.
El “Ave Caesar, morituri te salutant!” de los gladiadores, el ósculo al anillo de un jerarca religioso, la reverencia ante reyes y emperadores, una mano alzada frente al caudillo, el “Hail to the Chief!” de la presidencia norteamericana, todos ellos estaban o están destinados a pocas ocasiones y receptores. Sobrevivientes a través de los siglos, los íconos del poder tienen un efecto singular, no solo en quienes los reverencian y observan, sino en quienes los detentan. La ceremonia de toma o traspaso del poder político en un país están llenos de estos símbolos y el nuestro no es la excepción.
Desconocemos cuándo inició la tradición local, pero en muchas de nuestras corporaciones municipales, el alcalde saliente le da un “bastón de mando” al entrante (igual que en la institución militar y en la Policía…). Aunado a otros elementos propios de cada región, es muy probable que se incluyan la promesa de ley correspondiente, extensos discursos, invocaciones a la divinidad (en versiones católica y evangélica, para quedar bien con todos), rematado todo con un pereque, para que el populacho se la pase bien y contento por la asunción de las autoridades.
La inauguración del período presidencial también cuenta con su propia parafernalia. La mayoría de la gente se entera, gracias al eterno maestro de ceremonias, que lo que observan y escuchan no es más que una sesión solemne del Congreso Nacional, que desde hace mucho tiempo y con un par de excepciones, se desarrolla en un estadio de fútbol. No me detendré a elucubrar sobre esta peculiaridad y sus lecturas, pero no hay duda que quien asume la Presidencia lo hace rodeado del soberano, segmentado -como ocurre en la realidaden tendido popular, de sombra, silla, palco…y tribuna para la élite, confeccionada para la ocasión.
Uno de los detalles que siempre me ha parecido bien concebido es la imposición de la banda presidencial. El presidente saliente se despoja de ella y se la entrega a la cabeza del parlamen- to, quien a su vez la coloca en el cuerpo del presidente entrante. Quien asume la coordinación del poder que reúne la representación popular de las distintas circunscripciones políticas de la nación es el mismo que entrega el símbolo de la titularidad del Poder Ejecutivo al nuevo gobernante (hasta ahora del mismo partido).
Viéndolo hoy, resulta difícil de creer que estos actos tengan algo en común con el uso bravío de una piel de animal salvaje en la prehistoria, la unción de un rey o la coronación de un emperador. Pero así es. Y su efecto mágico y cautivador ha trascendido con el paso de las eras, algo de lo que suelen ser más conscientes los modernos príncipes que sus fascinados súbditos
Sobrevivientes a través de los siglos, los íconos del poder tienen un efecto singular no solo en quienes los reverencian y observan, sino en quienes los detentan”.