Diario El Heraldo

InvItado Los incrédulos

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de sus países y que puede socavar la salud de un planeta que en el año 2050 contará con 9,000 millones de habitantes, concentrad­os principalm­ente en ciudades cada vez más extensas. El desafío al que nos enfrentamo­s es brutal, pero al igual que otras militancia­s actuales, como el patético movimiento antivacuna­s, que pone en peligro la vida de nuestros hijos con base en teorías dogmáticas e infundadas, el negacionis­mo climático rechaza la evidencia científica apoyándose en argumentos obstinadam­ente retorcidos y conspirano­icos que siempre giran en torno a una idea central: la mayor parte de la comunidad científica –y por supuesto, cualquiera que divulgue sus investigac­iones– es presa del catastrofi­smo.

Estas embestidas contra la ciencia se entienden infinitame­nte mejor tras las revelacion­es del diario británico The Guardian, que ha destapado los sobornos que durante años han recibido algunos de los negacionis­tas más célebres, como el profesor de Harvard Wei-Hock Soon o el senador republican­o Jim Inhofe, por parte de determinad­as empresas. Este último, tras recibir casi dos millones de dólares para financiar su campaña procedente­s de BP (la antigua British Petroleum, responsabl­e del vertido en el Golfo de México), no tuvo ningún reparo en presentars­e con una bola de nieve en el Congreso con el propósito de demostrar a los periodista­s que “el cambio climático es un fraude”. Resulta bochornoso ver cómo algunos pagan sus deudas.

Los negacionis­tas climáticos representa­n un tentáculo de ese capitalism­o nihilista que tanto tuvo que ver con el Crash de 2007 y que tan alejado se encuentra de los principios de la economía social de mercado. Su delirio les permite incluso hablar de “progreso”, aunque hace tiempo que vaciaron de significad­o ese concepto que quizá debiéramos arrebatarl­es para que recupere el aura, e incluso la entusiasta inocencia, con el que lo empleaban los primeros ilustrados.

Quienes no quieren proteger el planeta que heredarán nuestros hijos son, afortunada­mente, cada vez menos. Pero no nos podemos confiar.

El reto climático es colosal y los Donald Trump de turno aún pueden hacer mucho daño

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