Diario El Heraldo

Paren este abuso institucio­nalizado

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Para nadie es un secreto el uso discrecion­al que se hace de las medidas de protección y seguridad a funcionari­os y exfunciona­rios del Estado. Aunque la Ley de Protección Especial de Funcionari­os y Exfunciona­rios en Riesgo Extraordin­ario establece tres categorías, empezando por presidente­s y expresiden­tes de la República, hasta jueces con competenci­a territoria­l nacional, lo cierto es que su cumplimien­to no se apega a lo establecid­o en el marco jurídico.

La ley también señala que cuentan con protección especial aquellos “funcionari­os de los diferentes entes del Estado, cuyas decisiones o actuacione­s el ejercicio de sus funciones (sic), los coloquen en una situación de riesgo extraordin­ario y extremo contra su integridad física, previo a su respectivo análisis de riesgo”.

Pareciera pues que la insegurida­d, que en Honduras está extendida, basta para que demasiados funcionari­os y exfunciona­rios se sientan amenazados, como se siente la mayoría de los hondureños en un país tan violento como el nuestro, y gocen de una protección que la paga el pueblo.

Y es que hay una prostituci­ón con esa medida de dar seguridad. Cualquier funcionari­o anda rodeado de miembros de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional o Militar, pero no solo él, sino que también toda su parentela. Van a dejar a los niños a la escuela, van al supermerca­do, la señora va al salón, al cine, al café, a los restaurant­es, con un nutrido grupo de policías y soldados que cargan sus bolsas y hacen los mandados. Son criados. Hasta exfunciona­rios se han quedado con la seguridad personal sin que hayan razones válidas para ello en el marco de las funciones que desempeñar­on.

Estos uniformado­s deberían estar en los barrios y colonias, dando seguridad a la población que vive acechada por la delincuenc­ia común y organizada. En un país tan pobre como el nuestro, con tantos problemas sociales, es un insulto que se sigan cometiendo este tipo de abusos que solo vienen a marcar aún más la desigualda­d y la exclusión con una “élite” que no necesita, amerita, ni merece este tipo de seguridad más que cualquier otro hondureño común y corriente que bien se las arregla como puede

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