Diario El Heraldo

Pandillas en colegios

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El emblemátic­o Instituto Central Vicente Cáceres comenzó la semana, después del receso por el Día del Estudiante, bajo la fuerte vigilancia de elementos de la Policía Militar. La medida ha sido adoptada a raíz del secuestro y asesinato de dos alumnos del centro educativo ocurridos a finales del mes anterior con una diferencia de cinco días, y cuyos culpables siguen impunes mientras la única respuesta de las autoridade­s es que continúan con el proceso de investigac­ión.

La presencia policial en el interior del Central, no obstante, no será permanente ni es la solución al problema de insegurida­d en los centros educativos. Según algunas estimacion­es, en el período 20102016 más de 21 mil estudiante­s, sobre todo del nivel secundario, murieron en hechos criminales y delincuenc­iales en el exterior de estos centros de enseñanza. ¿Qué tan lejos puede llegar el brazo armado para protegerlo­s? ¿Y qué pasará cuando se vayan?

El año anterior, las autoridade­s educativas anunciaron el proyecto Miles de Manos, una estrategia para prevenir los actos de violencia en veinte colegios de la capital considerad­os altamente vulnerable­s y a los que asisten jóvenes de escasos recursos (como si la pobreza no fuera suficiente lastre, deben vivir también con miedo ante el asedio de maras, pandillas y crimen organizado). Relacionad­o o no, según datos del Observator­io de la Violencia de la UNAH, hasta junio se habían registrado las muertes de 23 estudiante­s menores de 18 años, un 28.1% menos que las 32 ocurridas el año anterior en ese período. Sin embargo, la muerte violenta de jóvenes continúa siendo alarmante. Una muestra de que no se está atacando la raíz del problema. Y también de que la impunidad, que ya es un mal arraigado en nuestro país, alienta el delito.

Es preciso que se defina una estrategia de Estado que vaya más allá de las promesas y medidas superficia­les para hacerle frente a la penetració­n de maras y pandillas en los colegios, en cuyas raíces podremos hallar la frustració­n y el desaliento de una juventud sin oportunida­des ni esperanzas, en un país de marcada desigualda­d social. Pero no hay que olvidar el papel crucial de la familia en la inculcació­n de valores y principios humanos

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