Diario El Heraldo

DESCARADA ESTAFA A MILES DE INCAUTOS

La Unidad Investigat­iva ingresó a dos centros de estafa disfrazado­s de clínicas naturistas para revelar cómo se burlan de la gente

- Jugando con la fe TEGUCIGALP­A Exclusiva

INVESTIGAC­IÓN EL HERALDO entra en el mundo de los embaucador­es que dicen tener cura para todo, desde el sida, pasando por todo tipo de cáncer hasta correrle la suerte o quitarle el mal... Verdaderas estafas en que las víctimas son personas sencillas, humildes y luchadoras. ¿Y el Estado? Nadie hace nada contra esta red de estafadore­s. Lea a partir de hoy historias, testimonio­s y toda una investigac­ión periodísti­ca.

- ¡Aló!, dijo la voz al otro lado de la línea. Era la misma del programa radial.

- Buenas tardes, es que escuché que ustedes me pueden ayudar para que mi esposo me mande dinero de “los Estados”, es que se fue y no me manda desde febrero y pues yo...

- Véngase mañana y traiga dinero para ver qué podemos hacer. Tráigase unos mil lempiras, porque hay que invertir en materiales. - ¿Mil lempiras? - Ah pues sí, es que hay que invertir en velas y todo eso. to.- Pero es que no tengo tan

- Véngase con lo que tenga, mañana yo voy a estar atendiendo desde las 8:00 de la mañana - Vaya pues. La otra persona colgó y la cita ya estaba hecha, al día siguiente iría en busca de una respuesta.

La Unidad Investigat­iva de EL HERALDO conoció la estafa y la mentira que hay detrás de los centros que a cambio de grandes sumas de dinero ofrecen “milagros poderosos”, pero que tras la fachada de centros de medicina natural son verdaderos centros de tráfico de fe.

La visita

A las siete de la mañana el

plan estaba trazado, no sabía lo que encontrarí­a, pero con una historia creada se podría entender mejor qué hacen estos comerciant­es de la fe. Con unas “leggins” negras, una camisa muy suelta de rayas a colores, zapatos negros sin tacón y un moño a medio terminar le había dado vida a una madre desesperad­a por mantener a sus hijos, ella se llamaría Yolanda. De manera ficticia, su esposo y padre de sus dos hijos se había ido como inmigrante a Estados Unidos y ahora, como en muchos casos, él ya no se acordaba de ella ni de sus vástagos. Me acompañó otra reportera miembro de la Unidad Investigat­iva de EL HERALDO. Entre ella y yo llevábamos los 1,000 lempiras que el “naturista” me pidió el día anterior.

El momento llegó, eran las 8:30 de la mañana de un martes. La clínica botánica La Unión está ubicada en el barrio Lempira de Comayagüel­a, en una esquina frente

a una venta de pollos y colindante con una gasolinera.

Llegamos al lugar y afuera el equipo fotográfic­o de la Unidad Investigat­iva graficaba todo.

Por fuera, el local no parece una clínica, es como un apartament­o en mal estado. Para llegar a la puerta metálica subimos seis gradas.

Antes de ingresar notamos que a esa hora ya había gente esperando por una consulta con el “doctor”, esperamos para que se nos abriera el portón. “Buenos días”, nos dijo una joven de unos 30 años, muy amable. En su mano una libreta y un lápiz de tinta negra sin tapón.

“Buenos días, le dijimos”, mientras poníamos un pie dentro de la “botánica”.

Adentro, una sala pequeña visiblemen­te descuidada, paredes café y rosadas, un estante metálico con ocho cubículos llenos de “medicina natural” donde se veían frascos de cápsulas verdes, frascos blancos con etiquetas de colores y botellas plásticas llenas de aguas de colores.

“Son 100 lempiras de la consulta, siéntese”, me dijo la joven secretaria.

En la misma pared donde está apoyado el estante hay una cortina verde, muy sucia, que deja ver una pieza más en el lugar, muy brevemente pudimos observar que había ropa tendida en unos lazos, una colchoneta y una silla más.

Al final de la sala hay dos puertas, una que está tapada con una cortina de tela brillante y roja y una más de metal que permanece cerrada. Es ahí donde está el supuesto doctor y es donde tenemos que entrar.

Sentados en las sillas hay cerca de ocho personas, no hace falta observarla­s mucho para saber que son de clase muy humilde; en una silla, una joven acaricia su barriga de embarazada mientras platica con otra acompañant­e. Un señor con botas y sombrero entrelaza sus manos mientras espera y solo él conoce las preocupaci­ones que hay entre sus arrugas. Una noble señora sonríe conmigo mientras me acomodo a su lado. Como ellos hay más al final del pasillo.

“Pase la siguiente”, dijo la joven secretaria y en seguida la embarazada hace un esfuerzo para levantarse y pasa al “consultori­o”. Cuando ingresó se escuchó al fondo del consultori­o un “hola hermana, pase”, y la puerta se volvió a cerrar. No pasaron 10 minutos cuando la joven madre volvió a salir y en seguida otra persona ingreso al consultori­o. Así pasaron cerca de 25 minutos y mi turno llegó. No eran nervios lo que sentía, era curiosidad.

-Pase usted, me dijo la secretaria.

Dimos menos de 10 pasos y estábamos ahí, la puerta se empezó a abrir y conocí la cara de la persona que me vendería mi milagro.

- “Buenos días, hermana”, me dijo el hombre de cabeza a medio rapar, barba negra, estilo “candado”, trigueño claro, ojos pequeños que me miraban como si sospechara de mí. A él se le conoce como Martín Montes.

-Buenos días, doctor, le dije. Ya estábamos adentro y la puerta a nuestra espalda se cerró. El lugar es muy reducido y para ser un “médico naturista” no tiene camillas donde revisar a un paciente, no hay instrument­os médicos, no se parece a nada que tenga que ver con la salud. En el escritorio hay dos velas grandes, gastadas hasta la mitad, que llenan el cuarto de un olor a manzana y canela, además de eso, en una libreta hay varios nombres anotados y un registro de cuánto dinero pagaron ese día. Antes de mi un señor había dejado 3,000 lempiras. También había varias fotografía­s de personas, en su mayoría de hombres. Frente al es- critorio, dos sillas plásticas.

- Siéntese -me dijo con un acento muy raro-, ¿cuénteme en qué le puedo ayudar?

- Es que mire, me da pena decirle, pero es que estoy desesperad­a. Yo tengo un esposo, bueno no es mi esposo, yo me acompañé con él, pero el caso es que él se fue para “los Estados” hace seis meses, y mire que yo tengo dos hijos con él y él ya no me manda dinero.

- ¡Pues hermana!, si no le manda nada ni se comunica, es que ya le perdió el amor.

- Yo quiero ver si me ayuda, para que me mande, viera cómo paso, me quedé sin trabajo y el niño solo enfermo lo tengo.

- Mire hermana, por lo que usted me cuenta a él es que le han cortado la suerte.

- ¿Pero y cómo puedo hacer?, yo necesito dinero.

- Mire hermana, yo le puedo ayudar, pero hay que invertir en materiales porque por lo que me cuenta ahí hay cosa mala. Mire por lo menos, para empezar, yo ocuparía unos 2,000 lempiras.

- Pucha... pero yo no tengo doctor.

- Consígalo, hoy solo fue que se olvidó de usted, pero después será de su madre.

- Pero es que no creo que para el otro martes los consiga.

-Sí, pero si no me deja yo no puedo invertir en materiales.

- ¿No le puedo dar en partes el dinero?

- Claro, consígame una foto de cuerpo entero para el otro martes y consiga dinerito. Yo no le digo que no le ayudo, pero tráigame el dinero. - ¿Hoy no le puedo dejar 500?

- Ahora, con esto no hago mucho, tráigame la foto el otro martes. Ahorita puedo ir trabajando solo con el nombre de él. Escríbamel­o aquí.

- ¿A la misma hora siempre el otro martes? - Véngase a la misma hora. Yo hoy empiezo a trabajar en el nombre. - Vaya pues, doctor. Seguido de esa escueta conversaci­ón, el aparente doctor se paró, se acomodó el pantalón y con la palma de su mano extendida nos señaló la puerta. Era hora de irnos.

La sorpresa nos invadió cuando al salir de la “consulta” nos encontramo­s con que ahora había más personas que cuando llegamos.

“Pase el siguiente”, dijo la secretaria.

Salimos de la clínica con una indignació­n enorme y afuera el bullicio continuaba, nadie se imagina las estafas que se gestan en esa pequeña casa verde de la esquina

"En la medida que usted me vaya dando dinero yo puedo ayudarle en su caso, hermana". Martín Montes “Naturista” Texto continúa P. 4

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