Diario El Heraldo

Entre líneas Venezuela, ¿leña para el incendio global?

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El peligro más grave de la situación venezolana es que se globalice por completo y acabe siendo negociada por las potencias y las petroleras que gobiernan la política y la economía mundiales.

En ese tipo de negociacio­nes –lentas y costosas en todo sentido-, los países dueños del petróleo, y sus regiones, son actores de reparto que apenas influyen en el destino y lucro de sus recursos. A veces, como en el Medio Oriente, el precio del drama lo pagan con sacrificio­s extremos las poblacione­s y sus países.

Un agravante mayor del gran peligro es que todos los dedos señalan a Maduro, como si él fuese, a la vez, el problema y la solución. Esto ha ideologiza­do el conflicto más allá de toda sensatez, como si fuese un duelo de izquierda contra derecha. En ese clima de la guerra fría, no habrá solución alguna.

Entre “que siga Maduro, a cualquier precio”, y “que salga Maduro, a cualquier precio”, quedan atrapados los verdaderos intereses de Venezuela y de América Latina.

Maduro es parte de la ecuación, pero no es la equis que hace falta despejar, en la que están el futuro de Venezuela, su soberanía petrolera y la estabilida­d de nuestra región.

La idea de mantener el gobierno contra la hostilidad del mundo, refleja ilusión desesperad­a, más que cálculo político.

Se espera el regreso de los altos precios del petróleo, que financiarí­an la eternidad del régimen, mientras Rusia y China mantendría­n a flote la nave.

Pero Rusia y China no son ángeles salvadores, sino estados que buscan beneficios y más poder, como todo estado. Quieren su parte de las mayores reservas petroleras del mundo y limitar el acceso a las mismas de Estados Unidos y de Europa. Es política mundial, no el internacio­nalismo proletario del siglo pasado, que solamente Cuba tomó en serio. Así, Maduro podría comprar tiempo, pero Venezuela perdería su recurso.

Si el régimen cayera, a cualquier precio, quedarían sin respuesta preguntas cruciales: ¿Quién convertirí­a una oposición dispersa y dividida en un gobierno de aceptación general, que recupere una economía arruinada y ordene una situación caótica? ¿Quién dirigiría tal proceso, con el respeto de la gente y de los poderes nacionales y extranjero­s? La oposición tiene valientes líderes de barricadas, pero no ha aparecido todavía el conductor de pueblos y estadista que conjunte voluntades e intereses en medio del caos y la anarquía.

Todas las respuestas y acciones correspond­en a los venezolano­s, con la participac­ión activa de América Latina, que no tiene mejor institució­n que la OEA para hacer esa tarea.

Sí, es cierto, la OEA es débil y algo remolona. Pero es lo que hay, y como la región, debe recoger su bandera y encabezar esta lucha. Es tiempo de que madure y se haga respetar por sus actos, no por sus palabras, como deberíamos hacer todos en estas tierras que todavía son de esperanza

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