María Josefa, excepcional y sufrida daMa
“La noble matrona hondureña, con el heroísmo de las mujeres espartanas, resiente la dura prueba que el destino le ha deparado”: la muerte de su esposo Francisco Morazán.
María Josefa Úrsula Francisca de la Santísima Trinidad Lastiri de Morazán, este era el nombre completo de la esposa del libertador, mujer abnegada que lo acompañó hasta su muerte en San José, Costa Rica, el 15 de septiembre de 1842. Esta mujer, originaria de Comayagua, no ha sido muy estudiada por los historiadores ni por los grupos feministas, pero ocupa igualmente un lugar de honor a la par de la historia del héroe y mártir. No presenció la muerte de su esposo porque estaba alejada del escenario del crimen, pero ella ya se imaginaba lo peor.
En 1839 junto a sus hijos había sido tomada como rehén en El Salvador por parte de los enemigos de Morazán. Este les mandó un mensaje a sus enemigos: “Los rehenes que mis enemigos tienen en su poder son para mí sagrados y hablan vehemente a mi corazón. Soy el jefe de Estado y mi deber es atacar, pasaré sobre los cadáveres de mi familia, haré escarmentar a mis enemigos y no sobreviviré un solo instante más a tan escandaloso atentado”. María Josefa, que había enviudado y tenía cuatros hijos, se casó con Morazán el 30 de diciembre de 1825 en Comayagua, donde el héroe se desempeñaba como secretario general del jefe de Estado Dionisio de Herrera, quien era su tío. Con Morazán solo tuvo una hija: Adela, quien al momento de la muerte de su padre tenía ocho años y no cinco, según la partida de defunción número 185 descubierta en El Salvador por el historiador
Miguel ángel Cabrera.
Una vez enterada del asesinato de su esposo, María Josefa se trasladó junto a sus hijos a Cojutepeque, El Salvador, donde comenzó una nueva vida. En 1845 si situación económica empeoró y mandó una carta al gobierno de Costa Rica pidiendo el salario que se le adeudaba a su esposo, pero no fue oída. Poco tiempo después murió.
María Josefa fue “la excepcional figura romántica en la vida del general Morazán”, en opinión de la escritora María Trinidad del Cid