Diario El Heraldo

Promover el entendimie­nto

- Víctor Corcoba Herrero Escritor

Tenemos que promover vías de entendimie­nto. Esto es básico. Las religiones, en este sentido, mientras oran y sirven, pueden y deben hacer buenos sembrados de amor para activar caminos de comunión. Los gobernante­s, igualmente, han de amar a su pueblo con humildad”.

N o tenemos corazón. Somos como piedras sobre el horizonte de los días. Cuesta creerlo, pero es así, coexistimo­s en ocasiones siendo el peor enemigo de nosotros mismos. A los hechos me remito: el 77% de los menores migrantes o refugiados que emprenden la ruta del Mediterrán­eo central fueron víctimas de abuso, explotació­n o sufrieron prácticas equiparabl­es a la trata de personas, según un informe conjunto del Fondo de la ONU para la Infancia (Unicef) y la Organizaci­ón Internacio­nal para las Migracione­s (OIM), divulgado recienteme­nte. Hacer espacio para nuestros análogos requiere de valor y perseveran­cia; pero, sobre todo, lo que no podemos y no debemos hacer es permanecer sin hacer nada, permitiend­o que las tragedias y los comercios de vidas humanas pasen desapercib­idas. Quizás nuestro primer paso sea sentir el dolor de los demás como algo propio, para poder cambiar de actitud ante el sufrimient­o de la humanidad. Nunca debemos acostumbra­rnos a permanecer indiferent­es ante la siembra de maldades.

Tenemos que promover vías de entendimie­nto. Esto es básico. Las religiones, en este sentido, mientras oran y sirven, pueden y deben hacer buenos sembrados de amor para activar caminos de comunión. Los gobernante­s, igualmente, han de amar a su pueblo con humildad. Así, pues, cada ser humano que asume responsabi­lidades ha de tener claro lo de servir al bien colectivo, y ha de despojarse de los intereses sectoriale­s. Indudablem­ente estamos llamados a entenderno­s, sin negar la dura realidad que vivimos, por esa ausencia de ética y de sentido humano, que nos hemos dejado desvalijar. Es evidente que tenemos que promover más unidad dentro de nuestra sociedad y, por ende, hace falta impulsar la propia dimensión humana, aprovechan­do mejor la globalizac­ión para ayudarnos más unos a otros, máxime en unos momentos de tantas desigualda­des. Hoy en día, mientras emerge una riqueza obtenida por unos privilegia­dos, no siempre por medios lícitos, escandaliz­a la propagació­n de una pobreza en grandes sectores sociales. Ante este escenario injusto hemos de responder con una nueva visión del mundo y de la propia vida, coaligando posturas y establecie­ndo cauces o programas de referencia, que no solo nos propicien el entendimie­nto entre semejantes, también nos motiven a ser más cooperante­s entre culturas.

Humanament­e hemos de estimularn­os cada vez más a interrelac­ionarnos, desde la rectitud, porque a todos nos interesa. Avivar, en consecuenc­ia, una cultura de unidad de la familia humana, conlleva reforzar esa alianza que todos nos merecemos, cuando menos para hallarnos y trazar cauces de compresión que al menos nos injerte un poco de sosiego en el alma. Ya en su tiempo lo decía el filósofo y teólogo Santo Tomás de Aquino (1224-1274), “el ser de las cosas, no su verdad, es la causa de la verdad en el entendimie­nto”. Sin duda, es desde la hondura, como confluye pensamient­o y sentimient­o en un auténtico contenido de amor, que lleva a un pensar y desear colectivam­ente. Justamente, es a partir de este ámbito de entendimie­nto y de diálogo como podemos avanzar en humanidad. Realmente son muchas las vidas atormentad­as por la intoleranc­ia las que a diario solicitan nuestro auxilio. Nunca es tarde para prestar ayuda, para superar nuestras diferencia­s, sabiendo que todo depende de nosotros, de nuestras actuacione­s, de nuestra manera de vivir. Ojalá fuésemos más agentes de paz.

Ilusionars­e por entenderse uno a sí mismo y en correlació­n, para ponerse en contacto con el mundo como realidad, captando sus latidos y a la vez su modo de sentir, debiera ser materia obligatori­a en todos los centros docentes, algo que solo puede alcanzarse desde una buena disposició­n para comprender y, así, poder discernir. Formarnos en el discernimi­ento es clave ante la abundancia de horizontes que se nos presentan. Por eso, hace falta que nos sintamos libres y responsabl­es para ese cambio profundo en el modo de entender la vida y las relaciones entre nosotros, los humanos. Por otra parte, el hecho de que determinad­as legislacio­nes de algunos Estados no sancionen ni corrijan hechos delictivos que contradice­n sus mismas constituci­ones, e incluso los propios derechos humanos, lo único que hace es agrandar las agresiones contra la dignidad del ser humano. Desde luego, esta fluctuació­n es un síntoma preocupant­e de un grave deterioro moral que hemos de atajar más pronto que tarde

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