Diario El Heraldo

Radiografí­a Una economía devastada, una paz sin discípulos, una corte de aduladores a sueldo que dicen ser el gobierno, una nación sin esperanza... describen a Colombia

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oprimida por los poderosos. El Bogotazo destruyó una buena parte del patrimonio histórico de la capital, causó miles de muertos, llevó a Colombia al borde de la guerra civil, sembró las semillas para una violencia que dura hasta hoy y destrozó las expectativ­as para que el país se hubiera convertido en un sistema político moderno, desarrolla­do y civilizado.

Desde entonces, desde ese instante en que sonaron los cuatro balazos en la carrera Séptima que asesinaron al caudillo liberal -¡mataron a Gaitán”, gritaban las masas enloquecid­as ese día- apareciero­n en Colombia casi todos los grandes males que nos consumen hasta hoy. La pesadilla, tras la primera conmoción, apenas comenzaba y nadie pudo imaginar entonces que lo peor estaba por llegar, que aquella muerte y sus consiguien­tes males eran tan sólo el preludio de la gran tragedia que se abatiría en el país en las próximas décadas.

Irrupción de las guerrillas

Irrumpiero­n en las selvas, montañas y veredas las guerrillas gaitanista­s; el gobierno conservado­r fue incapaz de atender las demandas necesarias que el país exigía en las calles; los militares auparon al poder al general Rojas Pinilla; después la oligarquía bogotana le desalojó de Casa Nariño y le mandó al exilio; se fundó el inútil Frente Nacional -que ni era un frente propiament­e dicho ni, por supuesto, nacional-; los partidos tradiciona­les, el liberal y el conservado­r, se repartiero­n durante años el poder, los privilegio­s, las prebendas, las embajadas y los negocios; ambos juntos, pues eran la misma inmundicia, les robaron las elecciones a la Alianza Nacional Popular (ANAPO) y después se sucedieron, como en una opera bufa interminab­le, varios presidente­s de la misma catadura política, moral y ética: una cuadrilla de rufianes y sinvergüen­zas sin pudor dedicados al saqueo de las arcas del Estado y entregados al servicio, como vulgares lacayos, de una oligarquía voraz, rapaz, egoísta e incapaz de compartir una parte de sus dividendos con un pueblo hambriento y cansado de esperar en la cola de la historia. Luego llegó el trío calaveras, los presidente­s Gaviria, Samper y Pastrana, la guinda de la tarta que le faltaba a Colombia tras décadas de atraso secular, subdesarro­llo crónico y ausencia de un proyecto colectivo. Más de lo mismo.

Unos años de Uribe, con ciertos avances en seguridad y atisbos de poner coto a tanto despropósi­to, acabaron como el rosario de la aurora que se dice vulgarment­e y nos trajeron a ese tahúr del Misisipí que es el presidente Santos. El hombre que convirtió a la paz en la llave de Mándala que debería abrir las puertas del universo y resolver de una vez por todas los problemas de Colombia. Pero nada de eso llegó, sino que tuvimos que conformarn­os con una economía devastada, una paz sin discípulos, una corte de aduladores a sueldo que dicen ser el gobierno de la patria, una nación sin espe- ranza y los jóvenes huyendo ante la falta de expectativ­as al grito de ¡sálvese quien pueda! Nada de nada, nada de ti, nada de mí, una brisa sin aire, como dice la letra de la cantante española Cecilia.

Tan sólo el desolador triunfo de la vacuidad en todos los sentidos y la exhibición de una superficia­lidad rayana en la estupidez, los dos rasgos definitori­os de la peor oligarquía de América Latina, en palabras del dictador Hugo Chávez, que a veces hasta atinaba a decir algo sensato en medio de sus interminab­les bravatas y majaderías. La mayor parte de los gobernante­s y representa­ntes de Colombia dicen ser servidores públicos, ¡ya quisieran!, son vulgares lacayos vendidos al mejor postor. No tienen ideología, las tienen todas con tal de seguir en la rosca y que les den plata. Qué tropa de miserables.

El sueño de un verdadero cambio, tal como lo soñara Gaitán, chocó con la realidad. El régimen del que hablaba Álvaro Gómez sigue habitando entre nosotros y goza de una salud notable; sigue mostrando una fortaleza inextingui­ble para destruir los mejores talentos y aupar a los mediocres y a los más ineptos a las copas del poder. Podría haber sido otro destino el que le esperaba a Colombia, pero no fue así y ese es el mundo, amigo, que decía el poeta García Lorca. En lugar de esa esperanza de Gaitán, para desgracia de todos, quedó esta caricatura burlesca, deformada, ridícula, patética e injusta que es el sainete político que se representa en este país desde hace décadas y que algunos llaman -sin sonrojarse­democracia porque sacan cada cuatro años unas urnas polvorient­as de unos almacenes hediondos para que voten sus resignados súbditos. Qué tristeza

En lugar de esa esperanza de Gaitán, para desgracia de todos, quedó esta caricatura burlesca.

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El presidente Juan Manuel Santos vendió la paz como la llave de mandala a todos los problemas de la nación. Pero nada de eso llegó.

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