Diario El Heraldo

Con otra óptiCa Un vicio llamado reelección

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a definir la reelección presidenci­al y vicepresid­encial, entonces prohibida. Excepto que, para dar apariencia de que la iniciativa manaba de aspiracion­es populares, su partido político conservado­r gestó una hábil campaña de amenazas y peligros inminentes que, aseguraba, superaría sólo el “caudillo” de masas, héroe de guerras y guerrillas, si seguía gobernando. El árbol del miedo dio frutos esponjosos ya que el liberal se retiró de la contienda, si bien los cariistas atestiguar­on vivir la más pura de las experienci­as electorale­s.

Así que, ante tan “espontánea” vocación de continuism­o, el honorable congreso dio el zarpazo a la ley fundamenta­l y no sólo aprobó el reeleccion­ismo sino que prolongó el período de ejercicio presidenci­al de cuatro a seis años (igual restauró la pena de muerte y vetó la nacionalid­ad y derecho al voto de la mujer). Era abril de 1936.

Los argumentos troncales para apalancar al gobierno cachureco eran la urgencia de seguridad pública y la convenienc­ia de obras de in- fraestruct­ura. Así que Carías creó una vil policía de “orejas” que espiaba cada acto de sus oponentes e incluso sus seguidores, igual como construyó carreteras, presidios, escuelas, edificios oficiales y puso en manos de mayores de plaza y comandante­s perrunos el control absoluto de la población, con derecho incluso a matar. Debía pacificars­e Honduras, el negocio del enclave bananero exigía tranquilid­ad social.

Al aproximars­e 1943, fin del primer periodo dictatoria­l, se planificó mantener ilegalment­e a Carías en el mando y para ello el partido organizó una lluvia, un diluvio de telegramas dirigidos al congreso (hoy se recogen firmas) en que demandaban que para “salvar a la república” y mantener la paz arduamente conseguida se permitiera al “hombre más bello de Honduras”, según un telegrama ––“a quien soy más fiel que un perro”, según otro–– gozar de un nuevo sexenio, hasta 1949… Era abril de 1939.

Para el engaño debía echarse a andar la más vasta maquinaria, una que comprendía dominios totales del congreso, corte suprema, policía, ejército y fuerza aérea; halagar a las bananeras (hoy a banqueros), a las que el régimen regaló tierras y eximió abundantem­ente de impuestos y tasas, así como plegarse en absoluto a la política exterior norteameri­cana. Al interior se persiguió duramente a los opositores poniendo en vigencia la triada fatal ––encierro, destierro, entierro–– que es cierto trajo paz, pero de represión y cadáveres. Los gringos, tras exprimir la naranja, la soltaron y forzaron al caudillo a retirarse antes que lo tumbara una revolución, políticame­nte más inconvenie­nte (e innegociab­le) que una transición. Pero desde entonces varios otros inescrupul­osos y ambiciosos (Gálvez, Julio Lozano, López Arellano, Suazo) volvieron a intentar reelegirse si bien el pueblo los opuso, disuadió y echó del dominio del Estado para nunca más.

Grato recordator­io, saludable lección

Así que, ante tan ‘espontánea’ vocación de continuism­o, el honorable congreso dio el zarpazo a la ley fundamenta­l”.

“Al aproximars­e 1943, fin del primer periodo dictatoria­l, se planificó mantener ilegalment­e a Carías en el mando”.

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