Mece la cuna de la independencia de Cataluña
que acogen a policías en estos días son presionados para que les expulsen e ignominiosamente ceden ¡y les echan a la calle como perros!
Entre terroristas y nazis
En la fiesta nacional de Cataluña, la Diada -la celebración de una gran derrota-, el exterrorista confeso, convicto de varios secuestros y justificador de lo injustificable, como el asesinato de decenas de niños a manos de ETA en los ataques a los cuarteles, se pasea, pavonea y fotografía con los manifestantes como si fuera un líder homologado internacionalmente. Pues no, no es nada de eso: es un vulgar asesino y un terrorista por mucho que le quieran dar pábulo a la criminalidad. Tiene las manos manchadas de sangre, incluso de catalanes, y su presencia nos sitúa en manos de quien está el mal llamado proceso catalán.
Hasta un nazi públicamente reconocido y orgulloso de su pasado revisionista, el consultor de las Naciones Unidas Alfred Zayas, ha apoyado el proceso catalán y el nacimiento de la nueva nación. No es de extrañar que Zayas, un tipejo que niega el Holocausto y ataca sin piedad a Churchill por sus “crímenes contra la humanidad”, se haya adherido a la causa catalana. ¿Dónde mejor podría estar Zayas que acompañado por los pupilos de su Führer y asesinos de la peor especie como Otegui? Está como en su casa, entre nazis, terroristas y racistas.
La televisión oficial catalana, TV3, en un gesto más propio de los medios hitlerianos que de un medio democrático y moderno, acusa de “fascistas” a los españoles que se manifiestan en defensa de la legalidad y asegura que “la Falange -partido fascista-” está detrás de las marchas. Porque, como decía su gran maestro Joseph Goebbels, “una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”. Aquí ya no hay periodismo, sino burda propaganda al servicio de la causa.
¿Cómo se ha llegado a este punto? El nacionalismo catalán, que se hizo con el poder en esta parte de España en el año 1977, ha incubado en estos cuarenta años un discurso basado en el odio, la persecución a todo lo que huela a “español” y fomentando la división del país entre “buenos” y “malos” catalanes, entre los que hablaban catalán y los que hablaban español