Diario El Heraldo

Con otra óptica Otro crimen de alto vuelo

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comenzó a caerles plomo en tanto se oía el estallido sorpresivo de los rifles de gruesa potencia y las destructiv­as ametrallad­oras calibre .50. Una de las ráfagas duró ocho segundos, lo que es cuantiosa y masiva descarga de fuego.

Dos helicópter­os de la norteameri­cana agencia para el control de drogas (DEA) perseguían por la zona a una similar embarcació­n, a la que, con sus miras infrarroja­s, habían visto que grupos humanos cargaban con supuestos bultos de estupefaci­entes. Pero tras una escena confusa en que los traficante­s huyeron y la barca con droga quedó al garete, los seis soldados hondureños especializ­ados y los cuatro agentes de la DEA que tripulaban las aeronaves vieron venir por el agua otro “pipante” (el de pasajeros) al que, temiendo que fueran refuerzos para los delincuent­es, comenzaron a atacar. El resultado fue cuatro indígenas misquitos asesinados: dos mujeres embarazada­s, un adulto y un niño.

Hasta allí todo podía tratarse de un accidente de guerra, lamentable situación de mala lectura circunstan­cial,

Los videos técnicamen­te regulares y los de infrarrojo muestran con absoluta evidencia que en el ‘pipante’ se conducían civiles desarmados”.

cuando el escándalo mundial estalló al siguiente día, el Departamen­to de Estado, la DEA, funcionari­os de la Embajada de EUA en Tegucigalp­a y la embajadora Lisa Kubiske ––el escalón profesiona­l más bajo y mediocre a que ha descendido la diplomacia norteameri­cana en Honduras–– se apresuraro­n a afirmar que ningún policía estadounid­ense suyo había disparado sino los locales.

Esta semana, cinco años después, el New York Times revela que la DEA no solo mintió a nuestro país, al público y a los senadores de EUA que investigab­an el caso sino que ocultó el crimen y consiguió que el gobierno hondureño respaldara su falsa versión en detrimento de sus mismos nacionales, por los que ni protestó y menos procuró justicia o compensaci­ón alguna. La primera alarma en torno a esa cruel mentira oficial la activó el periodista Dick Emanuelsso­n en 2012, cuando reveló que el protocolo bélico de la DEA impide que nadie, excepto sus agen- tes, dispare desde sus naves.

Los videos técnicamen­te regulares y los de infrarrojo muestran con absoluta evidencia que en el “pipante” se conducían civiles desarmados y que jamás hubo provocació­n para que se les asesinara. Pero más allá de esa objetiva contundenc­ia lo que se comprueba es que fuerzas extranjera­s ejecutan en el país operacione­s irregulare­s y clandestin­as, que para esas fuerzas el Estado concede todas las licencias y permisos, incluso en contra de sus ciupero dadanos, y que los gobiernos ––en este caso el tristement­e cínico de “Pepe” Lobo–– son cómplices, sin prescripci­ón de responsabi­lidad, contra el hondureño mismo. Para esto es que el régimen yanqui ha forzado a los pueblos del mundo a que renuncien al Estatuto de Roma, para que nadie juzgue sus desafueros, matanzas y genocidios.

Otro crimen, como tantos históricos, en contra de la esencia misma de la nacionalid­ad, lo que son nuestros pueblos originario­s

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