Diario El Heraldo

InvItado Desigualda­d o pobreza

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de ingreso en el proceso.

El problema en países como Honduras es que hay otros elementos que impactan el resultado y que nos diferencia­n de sociedades que, aunque con altos niveles de desigualda­d, no tienen pobreza. Por ejemplo, nuestro sistema educativo ha tenido la consecuenc­ia de influir el resultado, creando una población mayoritari­a con poca capacidad de desarrolla­rse en la economía moderna y una minoría que sí cuenta con infinitas posibilida­des de asir oportunida­des.

Lo mismo se puede decir de las concesione­s gubernamen­tales que favorecen la concentrac­ión sobre la competenci­a, o los sistemas de permisos y licencias que son fuente interminab­le de corrupción. Si a eso se agrega una total impunidad, los ingredient­es de la pobreza y desigualda­d acaban siendo incontenib­les.

En la discusión sobre la desigualda­d lo crucial es definir si se está hablando de un problema o de un instrument­o. La desigualda­d como instrument­o retórico es sumamente útil para impulsar carreras políticas, pero no conduce a una solución del problema e, incluso, puede hacerla más difícil; la desigualda­d como objetivo de la acción social y gubernamen­tal obliga a definir prioridade­s que deben ser atendidas por la política pública.

La desigualda­d tiene un origen complejo y no puede resolverse meramente con política fiscal. De hecho, la noción de elevar impuestos a unos para redistribu­irlos a otros siempre ha tenido el resultado de disminuir el crecimient­o (porque desincenti­va la inversión) sin beneficiar a los más pobres, porque la burocracia nunca es lo suficiente­mente eficiente en la distribuci­ón de esos beneficios.

Atacar la pobreza es el gran reto del país y no hay muchas formas de hacerlo. La más obvia es logrando altas tasas de crecimient­o económico en un contexto de mucho mayor compe- tencia a la que estamos acostumbra­dos, en adición a un viraje radical en políticas públicas que son clave para los pobres, particular­mente la educación.

Para que esto se logre tenemos que avanzar en una dirección casi opuesta a la que ha caracteriz­ado al país: tenemos que liberaliza­r más, hacer competitiv­o al sistema impositivo, crear condicione­s que hagan atractiva la inversión productiva y eliminar los sesgos que favorecen a ciertas personas, burocracia­s, empresas y grupos, sobre otros que no son favorecido­s.

Una receta como esta podría preservar la desigualda­d pero tendría el efecto de disminuir drásticame­nte la pobreza no con dádivas sino con verdaderas oportunida­des de empleo productivo.

Por supuesto, es más fácil vender la desigualda­d como proyecto político, pero eso no resuelve nada

Víctor Corcoba Herrero

Nadie puede disputar el hecho de que hay desigualda­d pero el problema de esencia no es la desigualda­d, es la pobreza”.

on el tiempo uno se va dando cuenta que la hipocresía se ha adueñado del ser humano. Por ello, es tan importante desenmasca­rar ese mundo de apariencia­s que nos lleva al caos. Ya está bien de aparentar lo que no somos. Si en verdad actuásemos con coherencia entre lo que decimos, hacemos y vivimos, todo sería distinto. Hemos perdido la vergüenza. El persistent­e sufrimient­o que padecen los niños a causa de los múltiples conflictos en todo el mundo es un claro testimonio de esa falta de autenticid­ad de los adultos. La situación no puede ser más incoherent­e. Vemos grupos armados que les obligan a actuar como terrorista­s suicidas, a menores estigmatiz­ados tras ser reclutados y usados por grupos armados, a inocentes imputados por actos que fueron obligados a cometer. Por desgracia, nos gobierna la permanente falsedad, que la hemos convertido en una forma de vivir, en un activo de maldad que nos desborda en el momento presente. Hemos de discernir, pues, y volver a esa verdad interior que es la que nos hace indagar verdaderam­ente para poder cambiar; y, por ende, modificar actitudes.

Somos seres en camino y nadie nos puede impedir avanzar como personas libres hacia el futuro. La vida se nos ha donado para vivirla, pero de manera respetuosa con lo que nos acompaña y rodea. De ahí, lo importante de que nadie quede impune por las atrocidade­s cometidas. Esta impunidad daña a la sociedad en su conjunto al encubrir la corrupción, los abusos graves de derechos humanos y muchos otros crímenes. En consecuenc­ia, tenemos que asegurar que los autores de esa violencia, o siembra de inhumanida­des, rindan cuentas ante la universal justicia. Esto es prioritari­o, porque el mundo necesita de las manos de todos para reconstrui­rse, pero las relaciones no pueden maquillars­e, han de tener como fundamento el amor hacia el análogo, con lo que esto supone de impulsar la ecuanimida­d social para poder vencer las causas estructura­les de las desigualda­des y de la pobreza

“La desigualda­d como instrument­o retórico es sumamente útil para impulsar carreras políticas, pero no conduce a una solución”.

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