Diálogo y no confrontación
Los desechos provenientes de Guatemala que flotan en las costas del norte de Honduras son motivo de incordio entre ambos países que, pese a las reuniones bilaterales para buscar una solución al problema, en lo único que han coincidido es en culparse mutuamente de la contaminación. El mar de basura viene recalando desde hace unos tres años en las playas hondureñas sin que se haya advertido la existencia de una estrategia para contener su crecimiento. Medios internacionales han hecho eco de la tensión, que mal manejada podría terminar en un conflicto diplomático, sumando presión a los gobiernos, al malestar de los pobladores afectados y a la inquietud de organismos ambientales cuya beligerancia en este asunto, dicho sea de paso, ha sido poco contundente.
Recordemos el conflicto de más de siete años por las papeleras entre Argentina y Uruguay, que comenzó como un pequeño roce y terminó ante la Corte de La Haya. Protestas, bloqueos, intoxicaciones y millonarias pérdidas económicas ocasionó aquella contienda entre dos países tradicionalmente socios.
Con nuestro vecino de occidente hemos tenido desde la época colonial períodos de tensión, de intervención hacia nuestros asuntos internos, pero también de cordialidad y visión común. Precisamente, este año entró en vigencia la histórica unión aduanera, un ejemplo para toda Latinoamérica, que traerá beneficios bilaterales en comercio y turismo, entre otros. Esa capacidad mostrada por ambos países para buscar puntos de encuentro en medio de las diferentes realidades de cada uno de ellos es la que debe prevalecer ante cualquier situación que ponga a prueba la voluntad de mantener una relación armoniosa.
El gobierno de Honduras, que ha amenazado con denunciar ante organismos internacionales a Guatemala, está en todo su derecho, pero también en el deber, de exigir al vecino país que asuma su responsabilidad por el grave problema ambiental al que no se le puede seguir dando largas. Que así como los pobladores perjudicados han pagado un precio durante años, el gobierno guatemalteco asuma el costo que representa no actuar a tiempo. Pero que sea en el marco del diálogo y no de la confrontación, para corregir un mal y no para hacerlo mayor