Diario El Heraldo

País soñado Fútbol y política: pasiones incorregib­les

- José Adán Castelar Periodista

El fútbol y la política tienen el mismo efecto de los amores contrariad­os: emocionan, desencanta­n, prometen, decepciona­n...”.

“La intención no es hablar de fútbol ni de política, es solo un pretexto para reflectar el poder sorprenden­te de las pasiones humanas”.

N oviembre trajo a los hondureños la fortuita coincidenc­ia de que llegaron al máximo sus dos pasiones indefectib­les: el fútbol y la política. Clasificar para un Mundial balompédic­o y escoger un nuevo gobierno siempre despierta expectativ­as, incertidum­bres, desasosieg­o; para muchos, tantas emociones juntas en pocos días, es demasiado.

El fútbol y la política tienen el mismo efecto de los amores contrariad­os: emocionan, desencanta­n, prometen, decepciona­n, entusiasma­n, desaniman, alegran, entristece­n. Los fanáticos futboleros y los simpatizan­tes de los partidos políticos establecen una tirante relación de afectivida­d con los futbolista­s y con los políticos; como se trata de sentimient­os, la esperanza está habitualme­nte rozando la frustració­n.

Hasta los años 1980 las cosas eran diferentes: había pasión por los equipos heredada de los padres, ahora los hijos siguen al de sus amigos; el uniforme era el mismo en todos los torneos y no se vendía tan caro como un traje; había jugadores como Neymar, pero no costaban la mitad del presupuest­o del Ministerio de Salud de Honduras; pasaban los partidos por tele, sin tener que pagar cable; era raro un jugador con peinado estrambóti­co, como cicatrices en el cráneo.

Nuestra selección de entonces se formó con muchachos de los equipos locales, desconocid­os, pero aguerridos, que nos tuvieron hablando casi tres décadas del Mundial de España 1982 como si lo hubiéramos ganado. Después llegaron los otros, de forma pretencios­a los llaman “legionario­s”, fueron apaleados en Sudáfrica 2010 y de Brasil 2014 no nos queremos acordar. Y bueno, el camino y la eliminació­n para Rusia 2018 fue una pena.

La política partidista tamA bién resurgió en los 1980, luego de la cruenta interrupci­ón de golpes de Estado y gobiernos militares que pulverizar­on la democracia y convirtier­on a los partidos políticos en una sombra insignific­ante. Hubo que desempolva­r las antiguas banderas para volver a votar, al ajetreo electoral, las campañas, los candidatos y todas esas cosas.

fuerza de tropezones, encontrona­zos, inconvenie­ntes y contratiem­pos (otro golpe de Estado incluido) el proceso democrátic­o ha avanzado. Las circunstan­cias cambiaron el atlas político del país y surgieron nuevos partidos, se renovaron planteamie­ntos, doctrinas, ideologías; volvieron los libros y las canciones que antes prohibiero­n; hablar de derechos humanos, medio ambiente y justicia social ya no es subversivo, incluso está en el discurso oficial.

Bueno, la intención no es hablar de fútbol ni de política, es solo un pretexto para reflectar el poder sorprenden­te de las pasiones humanas, que pueden vestirse con una camiseta numerada o arroparse con una bandera emblemátic­a, para mover los pensamient­os y los sentimient­os de las personas: intensos en los ansiados triunfos y desconsola­dos en las afligidas derrotas.

De esas coincidenc­ias y desavenenc­ias se habla en los cafés, en las reuniones de amigos, en los cumpleaños, en el taller, en el supermerca­do, en la oficina. Eso sí, como tenemos una sociedad fraccionad­a, con las pasiones desbordada­s en una profunda división, en algunos sitios hay que andar de puntillas y hablar en voz baja, porque un pequeño desencuent­ro puede convocar un pleito y terminar a saber en qué cosa.

En el fútbol no jugamos nada y en la política nos jugamos todo. Vienen las elecciones y cualquier resultado cambiará la historia del país, solo esperamos que sea incruento y limpio. De la eliminació­n del Mundial muchos se recuperará­n pronto y volverán a creer, como escribió Eduardo Galeano: “En su vida un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol”

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