País soñado Fútbol y política: pasiones incorregibles
El fútbol y la política tienen el mismo efecto de los amores contrariados: emocionan, desencantan, prometen, decepcionan...”.
“La intención no es hablar de fútbol ni de política, es solo un pretexto para reflectar el poder sorprendente de las pasiones humanas”.
N oviembre trajo a los hondureños la fortuita coincidencia de que llegaron al máximo sus dos pasiones indefectibles: el fútbol y la política. Clasificar para un Mundial balompédico y escoger un nuevo gobierno siempre despierta expectativas, incertidumbres, desasosiego; para muchos, tantas emociones juntas en pocos días, es demasiado.
El fútbol y la política tienen el mismo efecto de los amores contrariados: emocionan, desencantan, prometen, decepcionan, entusiasman, desaniman, alegran, entristecen. Los fanáticos futboleros y los simpatizantes de los partidos políticos establecen una tirante relación de afectividad con los futbolistas y con los políticos; como se trata de sentimientos, la esperanza está habitualmente rozando la frustración.
Hasta los años 1980 las cosas eran diferentes: había pasión por los equipos heredada de los padres, ahora los hijos siguen al de sus amigos; el uniforme era el mismo en todos los torneos y no se vendía tan caro como un traje; había jugadores como Neymar, pero no costaban la mitad del presupuesto del Ministerio de Salud de Honduras; pasaban los partidos por tele, sin tener que pagar cable; era raro un jugador con peinado estrambótico, como cicatrices en el cráneo.
Nuestra selección de entonces se formó con muchachos de los equipos locales, desconocidos, pero aguerridos, que nos tuvieron hablando casi tres décadas del Mundial de España 1982 como si lo hubiéramos ganado. Después llegaron los otros, de forma pretenciosa los llaman “legionarios”, fueron apaleados en Sudáfrica 2010 y de Brasil 2014 no nos queremos acordar. Y bueno, el camino y la eliminación para Rusia 2018 fue una pena.
La política partidista tamA bién resurgió en los 1980, luego de la cruenta interrupción de golpes de Estado y gobiernos militares que pulverizaron la democracia y convirtieron a los partidos políticos en una sombra insignificante. Hubo que desempolvar las antiguas banderas para volver a votar, al ajetreo electoral, las campañas, los candidatos y todas esas cosas.
fuerza de tropezones, encontronazos, inconvenientes y contratiempos (otro golpe de Estado incluido) el proceso democrático ha avanzado. Las circunstancias cambiaron el atlas político del país y surgieron nuevos partidos, se renovaron planteamientos, doctrinas, ideologías; volvieron los libros y las canciones que antes prohibieron; hablar de derechos humanos, medio ambiente y justicia social ya no es subversivo, incluso está en el discurso oficial.
Bueno, la intención no es hablar de fútbol ni de política, es solo un pretexto para reflectar el poder sorprendente de las pasiones humanas, que pueden vestirse con una camiseta numerada o arroparse con una bandera emblemática, para mover los pensamientos y los sentimientos de las personas: intensos en los ansiados triunfos y desconsolados en las afligidas derrotas.
De esas coincidencias y desavenencias se habla en los cafés, en las reuniones de amigos, en los cumpleaños, en el taller, en el supermercado, en la oficina. Eso sí, como tenemos una sociedad fraccionada, con las pasiones desbordadas en una profunda división, en algunos sitios hay que andar de puntillas y hablar en voz baja, porque un pequeño desencuentro puede convocar un pleito y terminar a saber en qué cosa.
En el fútbol no jugamos nada y en la política nos jugamos todo. Vienen las elecciones y cualquier resultado cambiará la historia del país, solo esperamos que sea incruento y limpio. De la eliminación del Mundial muchos se recuperarán pronto y volverán a creer, como escribió Eduardo Galeano: “En su vida un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol”