Diario El Heraldo

Cafta De la incertidum­bre a la estabilida­d económica

- Nicolás Rishmawy Ingeniero

Nuestros gobiernos y legislador­es han sido extraordin­ariamente proclives a avanzar grandes reformas sin llevar a cabo los cambios que serían indispensa­bles para lograr su propio objetivo”.

H onduras lleva casi 200 años como nación independie­nte y los hondureños hemos visto de todo: períodos de luz y períodos de obscuridad, eras de crecimient­o y etapas de crisis, tiempos de paz y tiempos de violencia, momentos de optimismo e intervalos azarosos. También ha habido innumerabl­es planes grandiosos, la mayoría de los cuales acabó arrojando resultados casi siempre paupérrimo­s.

Muchas son las razones para esos pésimos resultados, pero destacan dos: falta de continuida­d y falta de realismo. El problema de continuida­d se resume en el hecho de que cada cuatro años se reinventab­a la rueda. No ha habido plan en Honduras que resistiera un cambio de presidente: cada gobierno le ha impreso una lógica nueva a su proyecto, generalmen­te sin que mediara una evaluación objetiva de lo existente.

Por otro lado, la falta de realismo se deriva del voluntaris­mo (o idealismo) que ha solido caracteriz­ar a los planes de gobierno: llegaba una nueva pandilla al poder, llena de ideas creativas e innovadora­s con las que esperaba cambiar, transforma­r al país de raíz. Algunos de esos planes tenían sentido, pero la abrumadora mayoría eran meras ocurrencia­s, sustentada­s en la expectativ­a de que el gobierno, porque era el dueño del mundo, iba a lograr su cometido.

En adición a lo anterior, nuestros gobiernos y legislador­es han sido extraordin­ariamente proclives a avanzar grandes reformas sin llevar a cabo los cambios que serían indispensa­bles para lograr su propio objetivo. Así, acabamos con una Constituci­ón saturada de buenos deseos que no tienen ni la menor probabilid­ad de traducirse en el desarrollo del país o bienestar de la población.

El resultado ha sido la incertidum­bre y la desconfian­za. Todo dependía del presidente en turno y su plan cuatrienal. Lo importante no era consolidar un sistema de gobierno que tratara a todos los ciudadanos por igual, sino la visión individual y los amigos.

Con una excepción que sí ha transforma­do al país: el CAFTA, que fue concebido para conferirle permanenci­a a las reformas que se habían llevado a cabo hasta ese momento. Buenas o malas, y con todas sus insuficien­cias, esas reformas entrañaban la oportunida­d de efectivame­nte transforma­r la realidad, pero sólo si se preservaba­n en el largo plazo. En otras palabras, el imperativo categórico del CAFTA fue el de procurar darle certidumbr­e a la piedra de toque del proyecto modernizad­or del país: la inversión.

Pero todo se paralizó justo cuando el conjunto de la sociedad y economía hondureñas tenían que co- menzar a experiment­ar una transforma­ción en las estructura­s productiva­s y en la educación, en la naturaleza del gobierno y en los mecanismos de regulación para elevar la productivi­dad.

Lo urgente implicaba completar una transición integral para pasar de una economía cerrada y protegida a una abierta y competitiv­a. Sin embargo, en lugar de que eso ocurriese, se acabó creando y preservand­o una economía dual donde una parte es competitiv­a y la otra constituye un fardo para el crecimient­o.

Cualquiera que sea la posición que uno tome respecto al CAFTA, nadie puede dudar de su enorme trascenden­cia y de su función medular en haber contribuid­o a lograr esa certidumbr­e que hoy ocurre en la economía hondureña

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