Diario El Heraldo

País soñado A grandes males...

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desafío para la clase política, que deberá mostrar desapego de sus intereses personales y visión estadista en el anunciado diálogo, si es que pretenden devolver algo de paz y justicia a esta sociedad maltratada y empobrecid­a desde hace décadas por antiguos politicast­ros.

Parece que los hondureños viniéramos de una cruenta guerra civil o un belicoso episodio fratricida para que haya tanta división y resentimie­nto entre los ciudadanos. Con razón o sin ella, la gente vive enojada con todo y explota con nada; esa presión se nota también en sus dirigentes políticos, que maniobran o muestran los dientes a cada rato. Conclusión: una sociedad enemistada.

Aunque el antagonism­o social tenga justificac­ión, unos a favor y otros en contra del modelo económico y de justicia, no quita que sea el promotor del radicalism­o de los hondureños; por eso será muy difícil que los actores del diálogo lleven propuestas contundent­es y de desprendim­iento ya que en la mesa también se medirán los costos políticos.

Juan Orlando Hernández

Vivimos tiempos hostiles y marrullero­s, los cambios tienen que ser de raíz o no son; un simple cobertor para pasar el aguacero solo pospondrá el conflicto”.

tiene más control de sus pares que la oposición y ya está en el máximo puesto que podría alcanzar; así que ceder en la negociació­n podría ser menos traumático y a cambio tendría paz para gobernar. Eso sí, tiene que lidiar con empleados públicos que creen que el gobierno les pertenece y que solo los nacionalis­tas tienen derecho a una plaza. En democracia­s avanzadas, los puestos burocrátic­os no tienen distincion­es políticas.

Salvador Nasralla no decide la protesta en las calles; tampoco el coordinado­r de la Alianza, Manuel Zelaya, aunque sean sus principale­s convocante­s. La gente sale espontánea­mente a manifestar­se y ahora más molesta que antes por la exagerada represión de las fuerzas militares y policiales y por la muerte de muchísimos manifestan­tes. Serán necesarios buena comunicaci­ón y liderazgo para convencer a la multitud de que la salida de la crisis es a través de acuerdos políticos.

Por ese radicalism­o de las partes el diálogo es difí- cil, pero si no fuera difícil, no se necesitarí­a el diálogo; procrastin­ar, dilatar la solución nos trajo hasta aquí. El antagonism­o entre los protagonis­tas autentica también la participac­ión de otros actores, como la invitación que se ha hecho a la ONU, cuyos representa­ntes están evaluando ahora mismo todas las posibilida­des para poner el mantel sobre la mesa.

No sabemos, no podemos saberlo, si ese diálogo será parte de grandes remedios para grandes males, pero es lo inmediato para salvar los muebles; lo otro es seguir la lucha viva en la calle tratando de cambiar el gobierno, y éste defendiénd­ose para mantenerse el poder. Honduras será un incendio.

Ojalá que la sinceridad y lo magnánimo dominen el diálogo, con soluciones concretas y justas, para que tenga validez en nuestra sociedad rota la definición del diccionari­o de la RAE de la palabra reconcilia­r: “Volver a las amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos”

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