Diario El Heraldo

Con otra óptica La Ley Fernanda

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Testifican tales afirmacion­es los documentos desclasifi­cados, décadas luego, por el Archivo Nacional de EUA.

Pero en 1946 la resistenci­a popular, tanto liberal como callejista nacionalis­ta, era prácticame­nte incontenib­le. En 1944, con excusa de celebrar la independen­cia norteameri­cana, multitudin­arias manifestac­iones de protesta se escenifica­ron en varios sitios del país, al grado de apedrear la Casa Presidenci­al y desencaden­ar una cruel matanza de civiles a mitad del mismo año en San Pedro Sula. El desprestig­io del régimen se hizo universal, caían gradualmen­te los sátrapas de Centroamér­ica (Ubico en Guatemala, Hernández Martínez en El Salvador), y a Plutarco Muñoz, presidente del congreso hondureño y de quien Sam “Banana” Zamurray dijera que valía menos que las mulas de Kentucky, se le ocurrió proteger y blindar a su amado jefe ante las “injustas” críticas e injurias que expresaba la sociedad mediante telegramas a los escasos radios y periódicos, y contra todo rumor “propicio al odio”, y para ello sometió al congreso una moción reviolació­n

A Plutarco Muñoz, presidente del congreso hondureño (...) se le ocurrió proteger y blindar a su amado jefe ante las ‘injustas’ críticas e injurias que expresaba la sociedad”.

por uno de los más infames plumíferos periodísti­cos de entonces, Fernando Zepeda Durón (luego creador del PUN), jefe del medio de ensalces, elogios y alabanzas a Carías, diario La Época, para que desde entonces, desde ese día, las “actividade­s totalitari­as” de denuncia de corrupción contra el sistema, la difusión de quejas por hechos antidemocr­áticos (que es decir represión, exilio, encierro y destierro, lema ideológico del conservadu­rismo) y de de derechos humanos, fueran por efecto de la justicia considerad­as ilegales. Debían mantenerse la paz, el orden y seguridad aportadas, supuestame­nte, por el sistema cariísta y “cristiano”, apoyado por monseñores y presbítero­s.

El Decreto 95 del congreso (Marzo 7, 1946), pésimament­e redactado, castigaba a culpables de actividade­s “disociador­as”, propicias “al comunismo internacio­nal”, con penas de hasta veinte años por difundir “mentiras” sobre el gobernante o por incitar a rebelión (es decir odio). Objetivo: silenciar al pueblo opositor.

Hubo odio. Pablo Cárdenas decía de Carías: “es asesino, criminal. Que bueno le hubieran puesto una bala entre las cejas. Yo simplement­e no pude porque me vi obligado a irme a Nicaragua”. Venancio Callejas (abuelo de José Leonardo) dijo en New Orleans (1945): “la prensa no es libre sino controlada por el gobierno” (cita en Óscar A. Valladares, Abril, 2017).

Además de esta la Ley Ferdactada nanda, Carías hizo del ejército una guardia pretoriana, integrada con seguidores del Partido Nacional y con mandos absolutame­nte fieles a la voluntad del gobernante. El cariísmo se armó y las tropas fueron politizada­s de tal modo que concluyero­n fundiéndos­e con fuerzas serviles al mandatario, desprestig­iándose terribleme­nte por la acción de sátrapas y sicarios…

Los hombres no, pero sí las conductas de la historia, se repiten

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