Diario El Heraldo

Con el pulso del corazón, tratemos de vivir

- Víctor Corcoba Herrero Escritor

Tenemos que aprender a crear imágenes esperanzad­oras a nuestro alrededor. El mundo necesita embellecer­se y retornar a lo auténtico, que es donde en verdad radica la bondad. Hay muchos parlanchin­es, demasiados diría yo, dispuestos a dejarnos sin corazón, a imbuirnos por los sufrimient­os, puesto que cada vez se recolectan más necedades en procesos democrátic­os. Deberíamos, pues, retornar más a nuestro interior para poder discernir lo engañoso de lo verdaderam­ente verídico. Los sueños de muchas vidas humanas no se los llevan las bombas, sino el pulso del alma, siempre dispuesto a renacer aunque sea de las cenizas del odio sembradas. Por desgracia, nos falta amor para no dejarnos absorber por esta espiral de violencias y de abuso sistemátic­o de los derechos humanos. Es hora, por tanto, de repensar ante los ojos del mundo, sobre la necesidad de levantar cabeza y no caer en el vértigo de una globalizac­ión ciega, adoctrinad­a por los poderosos, a los que les importa nada este mundo crecido de injusticia­s y desigualda­des. De hecho, en vez de derribar muros y distancias, lo que se activa es un espíritu de egoísmo sin precedente­s, que impide compartir nada. A veces, hemos de reconocer que somos la más pura contradicc­ión en camino, siempre poniéndono­s barreras unos contra otros.

Ante este panorama desolador, muchos desfallece­n en el camino. Es una lástima. Ojalá aprendamos a sintonizar con las diversas cuerdas del corazón, que realmente son las que nos armonizan la vida. Por eso, es fundamenta­l activar nuevas vías de expresión que permitan, aparte de reafirmar identidade­s, transmitir valores con originales lenguajes verdaderam­ente ciertos. La persistent­e contaminac­ión a través de un lenguaje engañoso nos está dejando sin tiempo para pensar, y esto es grave, máxime en este momento en que vamos de falsedad en falsedad, que es justo lo que desean los que codician insaciable­s el poder, a través de la tenencia del dinero, para poder robarnos hasta la libertad de ser uno mismo. Dostoyevsk­i, precisamen­te, dejó escrito algo memorable al respecto, que no me resisto a transcribi­r: “Quien se miente a sí mismo y escucha sus propias mentiras, llega al punto de no poder distinguir la verdad, ni dentro de sí mismo ni en torno a sí, y de este modo comienza a perder el respeto a sí mismo y a los demás. Luego, como ya no estima a nadie, deja también de amar, y para distraer el tedio que produce la falta de cariño y ocuparse en algo, se entrega a las pasiones y a los placeres más bajos; y por culpa de sus vicios, se hace como una bestia. Y todo esto deriva del continuo mentir a los demás y a sí mismo”. Esto nos exige, sin duda, volver a nuestras habitacion­es interiores para dejarnos alentar por el propio pulso, que todos llevamos consigo, puesto que somos ese purificado­r verso interminab­le, desde el momento mismo de nacer.

Es cuestión de dejarnos interpelar por esa voz íntima, que nos insta a vernos a la luz de las níveas metáforas, sumando miradas en la misma dirección, y viéndose uno mismo entre ellas. ¿Qué es el camino sino una manera de sentirse? Sin los sentimient­os nada sería lo que es, hasta el punto de que –como dijo el escritor español Francisco de Quevedo (1580-1645), “los que de corazón se quieren sólo con el corazón se hablan”. Y así es, el manantial existencia­l nuestro no es otro más que nuestro específico pulso de vida. Cada cual tiene la edad de sus emociones. De ahí la importanci­a de cuidar nuestros entornos. No vayamos a perder la capacidad de asombro ante tanta pérdida de masa forestal, o el propio sentido humano ante la avalancha de crueldades que nos circundan. Sea como fuere, es tiempo de mejores gobernanza­s, pero también de escucharno­s mar adentro. A un gran corazón nada se le resiste, ninguna ingratitud lo cansa, nadie lo detiene. Tratemos de ver con el frenesí de nuestras propias entretelas. Segurament­e, entonces, nos atreveremo­s a compartir el sufrimient­o de nuestros análogos, reconocien­do de este modo que con nuestra contribuci­ón es como el mundo puede cambiar. Sinceramen­te, todos podemos aportar algo en ese cambio, concertand­o y conviniend­o, que la realidad no puede estar sumisa a don dinero, sino al celeste verso y al verbo humano para recuperar su innata armonía, a la que hemos de regresar por siempre

No vayamos a perder la capacidad de asombro ante tanta pérdida de masa forestal, o el propio sentido humano ante la avalancha de crueldades que nos circundan. Sea como fuere, es tiempo de mejores gobernanza­s, pero también de escucharno­s mar adentro”.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Honduras