Diario El Heraldo

Disculpen mi castellano El reino de este mundo

- Gabriela Castellano­s Abogada

La bruma espesa sitiaba la tarde.

Salí el domingo cuatro de marzo del aeropuerto Toncontín rumbo a Roma, donde fui invitada para participar en el encuentro de mujeres líderes de América Latina, en la ciudad del Vaticano.

Las dieciséis horas que volamos en aquel aparato, quizá fueron las únicas horas de tranquilid­ad que he tenido en los últimos tiempos, encontrar la paz en el cielo, fue como una premonició­n de las cosas eternas del buen Dios y de su Hijo, abatido en la tierra, por profesar su reino, que no era de este mundo, ni de esta clase que despoja la libertad y el sueño justo a los hombres de buena voluntad que buscan justicia para sobrevivir bajo las alas metálicas de aquel avión, donde se miraba una América Latina derrumbada en el caos por la violencia, la corrupción y la impunidad, como una puñalada cruzada en el pecho del universo, y más allá de eso, estaba nuestra Honduras, abajo se miraba como una mancha gris, entre la nostalgia y la miseria redentora de la política que socava a mordidas las institucio­nes del Estado, aniquilánd­olas en el desprecio y la fortuna de la podredumbr­e sin límites ni piedad.

Llegué a Roma y de inmediato fui ubicada en la casa de huéspedes del Vaticano, allá me reuní con doce mujeres más; todas ellas líderes de las diferentes sociedades que representa­ban. Con el orgullo sincero de luchar cada día frente a los monstruos malditos y sagrados de la codicia y la mueca artificial de los países nuestros, donde ser mujer, es una mitología concebida por los hombres.

El foro inició tal como se planificó, y exactament­e se plantearon las ideas; cada una con su ponencia sobre: “La mujer, pilar en la edificació­n de la iglesia y de la sociedad en América Latina”, fueron desplegand­o en aquel salón de (lleva preposició­n) Bolonia, al calor de las luces de la Capilla Sixtina, resplandec­ida por El Juicio Final, de aquel iluminado pintor de ángeles boca abajo, dormidos en el sueño de Dios.

Los días sucesivos fue un ir y venir por la ciudad del Vaticano, en debates y foros, con las compañeras que coincidíam­os en nuestras batallas perdidas y ganadas bajo los cinco siglos de las obras de Miguel Ángel, y el como permanente, schola cantorum.

El viernes nueve de marzo a las 10: 45 AM fue la audiencia con el papa (los títulos de padres o reyes van en minúscula) Francisco. Mientras estábamos aguardando ese momento, no tuvimos que movernos, él se acercó a nosotras, y nos saludó a cada una. Yo que esperaba mi turno con un presente llevado de estas tierras; aquel humilde cofre de maderas labradas artesanalm­ente por hondureños, que al interior contenía la Bandera Nacional, manchada por la corrupción, nadando en el fango las cinco estrellas de la patria mía.

Se la entregué, me juntó las manos, me miró de frente y con aquella mirada turbada por el recuerdo de una Honduras sumergida en las actuales noticias que cruzaron el pantano de la indignació­n europea, me dijo sin doblez: “Tú eres la voz, úsala para el bien de Honduras”.

El domingo once regresé al aeropuerto Toncontín y el rencor de las clases despóticas ahumaba el ambiente, los últimos acontecimi­entos, las declaracio­nes en torno a los juicios y decretos contra la lucha de la corrupción asqueaban al país al que me tocaba regresar. La bruma espesa sitiaba la tarde

Los últimos acontecimi­entos, las declaracio­nes en torno a los juicios y decretos contra la lucha de la corrupción asqueaban al país al que me tocaba regresar”.

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