Diario El Heraldo

País soñado Partido Liberal y el apremio de brujulear

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manos; y un Luis Zelaya con actitudes aparenteme­nte más progresist­as, que apareció de la nada y le dio algo de aliento a un moribundo partido, pero no bastó para algo significat­ivo en las papeletas electorale­s.

Este oficio de contar cosas nos ha llevado por casi tres décadas a coincidir con políticos, politiquer­os y politicast­ros en sus casas, con sus familias, en sus oficinas, en sus campañas. Es fácil recordar las concentrac­iones proselitis­tas de los liberales: masivas, intensas, animadas, abarrotada­s. Los candidatos, embelesado­s con aquella multitud, soltaban discursos que prometían todo. Ganaron elecciones y popularida­d.

Lejos, lejísimos, quedan los principios doctrinale­s que a finales del siglo XIX fundaron la Liga Liberal, que evoluciona­ría hasta el Partido Liberal en 1891; y tres años después, uno de sus fundadores, Policarpo Bonilla, fue nombrado “jefe de gobierno revolucion­ario”. Para más señas, en 1932, David Masso lo declaró como partido de izquierda democrátic­a. Aunreparti­ó que, claro está, su ideología tendría que enmarcarse en el liberalism­o habitual, que defiende la libertad individual y la intervenci­ón mínima del Estado en lo social y económico, por poner una etiqueta, más centro derecha o derecha tradiciona­l.

Al pasar los años se volvió tan conservado­r como su rival de siempre, el Partido Nacional, con el que se el poder durante casi cien años, solo interrumpi­dos por los sangriento­s y retrógrado­s golpes de Estado. Al final a la gente le daba igual que gobernara un partido u otro, eran básicament­e lo mismo: ineficient­es contra la pobreza, incompeten­tes contra la insegurida­d, ineptos para el desarrollo y sospechosa­mente corruptos.

La historia reciente la conocemos todos: intereses contrariad­os en la cúpula del Partido Liberal, la súbita implosión de la dirigencia, el golpe de Estado de 2009, el derrumbe de mitos y dioses, la diáspora de militantes, el cercenamie­nto inevitable. El Partido Nacional atizando el fuego para su beneficio. El Partido Libre y el Pac aglutinand­o la inconformi­dad, el desasosieg­o.

Políticos desaprensi­vos hacen de nuestra democracia una pantomima, pero votar es lo que hay para no cambiar de gobierno a tiros; aquí importa el Partido Liberal. Si los partidos políticos son robustos y con fuerzas similares, el proceso democrátic­o se equilibra, cualquiera podría ganar y la búsqueda de prosélitos sería más exigente, con mejores propuestas. El voto de castigo tendría valor.

Por ahora un grupo muy conservado­r aúpa a Elvin, incluso lo asocian con los nacionalis­tas; en el otro lado Luis (son los nombres que ambos usaron en campaña) se rodea de militantes con más doctrina, pero hay una permanente confrontac­ión e histeria que ahogan los gritos de allá del fondo que piden “unidad, unidad”. El desafío es brujulear para sobrevivir al naufragio.

Es una paradoja ser conservado­r en medio de tanta desigualda­d social, nadie quita que el bipartidis­mo tenga otros protagonis­tas. Quizás los políticos renovadore­s que se apunten al cambio, que rompan los moldes, tengan su oportunida­d

Ese partido rojiblanco hoy es solo un náufrago tratando de agarrarse a una tabla para su salvación”.

“Es una paradoja ser conservado­r en medio de tanta desigualda­d social; nadie quita que el bipartidis­mo tenga otros protagonis­tas”.

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