Los ataques con armas químicas contra disidentes rusos y opositores a Putin en el Reino Unido revelan hasta qué punto ha llegado la osadía del máximo dirigente ruso
ticando el divide et impera en todo lo que fue la antigua periferia del “imperio” post soviético. Primero atacó a la recién independizada República de Georgia, en 1991, alentando la independencia de las “repúblicas” fantoches de Osetia del Sur y Abjasia, para evitar el acercamiento de las nuevas naciones nacidas tras la desaparición de la Unión Soviética a la órbita de la Unión Europea y la OTAN.
De la República de Moldavia a Ucrania
Después le llegó el turno a República de Moldavia, que había mostrado su interés en unirse a la madre patria, Rumanía, con la que comparte acervo cultural, lengua e historia común de siglos, y alentó la independencia de la “República de Transnistria”, una minúscula entidad política en la que se atrincheró la minoría rusa de este país con la ayuda del XIV Ejército de Rusia. Rusia causó una miniguerra civil en este país que provocó unas 20 mil víctimas mortales, miles de desplazados y refugiados y llevó a la economía moldava a un colapso del que todavía no se ha recuperado. Tampoco ha recuperado su integridad territorial y al día de hoy la “República de Transnistria” sigue causando problemas a Moldavia, que nunca ha ocultado sus anhelos por integrarse en la UE y la OTAN, algo que causa muchas suspicacias en Moscú -que se o pone claramente-.
Ya en la era Putin, Rusia intervino con virulencia y furia de nuevo contra Georgia, en 2008, cuando este país quiso recuperar por la fuerza -en una decisión quizá errática y sin examinar la fuerza con la que se iban a enfrentar- Osetia del Sur y expresó claramente sus intenciones de entrar en la OTAN y la UE, objetivos todavía no abandonados, por cierto. Georgia sufrió centenares de víctimas mortales -3,000, según fuentes rusas-, 100 mil desplazados internos y numerosos daños materiales y económicos.
El país sigue al día de hoy dividido por la presencia rusa en Abjasia y Osetia del Sur y miles de refugiados de esos territorios siguen esperando en improvisados campos “provisionales” de refugiados el regreso a casa. Seguramente, mientras esté Putin en el poder, nunca regresarán a sus antiguos hogares.
Luego, en esta espiral intervencionista de Rusia en toda esta zona antaño territorio soviético, le tocó el turno a Ucrania. En el año 2014, tras un período de graves turbulencias políticas en Ucrania, Moscú fomenta la independencia de la península de Crimea y alienta que el parlamento de esta región declare unilateralmente la independencia ilegal de este país, a la que a renglón seguido se le vendrá a unir la adhesión a Rusia. Se trataba de la primera intervención rusa después del final de la guerra fría y en la misma participaron fuerzas estacionadas en la base marítima que Moscú posee en el importante puerto que tiene en esta región, Sebastopol, junto a otras fuerzas llegadas de fuera. La anexión de Crimea, a pesar de la oposición por parte de casi toda la comunidad internacional, estaba servida y, paradójicamente, le sirvió a Putin para ganar una gran popularidad en su país y seguir arrasando en las elecciones sin rivales que le hicieran frente en el camino hacia su reelección permanente