Diario El Heraldo

El desgaste programado en la tecnología

- Pablo Carías Docente universita­rio

Después de haber usado equipos de sonido que utilizaban los famosos discos de vinilo, cuando llegaron los equipos que requerían otra tecnología para reproducir música, los novedosos CD, el deseo de la familia era contar con un equipo con dispositiv­os con esa tecnología; al principio hubo resistenci­a porque los equipos venían hechos para funcionar con un CD y la informació­n que se disponía es que pronto vendrían otros que tendrían capacidad para más discos; vinieron los que tenían dos, tres y así sucesivame­nte, cuando llegaron los que podían operar con cinco, ya no se pudo resistir la tentación de “ponerse a la moda”; se compró el equipo, un equipo pesado y muy voluminoso, hasta se le hizo un depósito especial para ubicarlo. Después de varias décadas, ese equipo se volvió obsoleto y por desuso, ya no nos sirve sino como pieza de museo.

Ese invento, los CD, que aparece hace apenas unas cuatro décadas, hoy ha evoluciona­do tanto que contamos con la memoria USB, que son dispositiv­os que pueden almacenar una cantidad impresiona­nte de música y otro tipo de informació­n, además, existe otro tipo de formato para guardar y reproducir, apenas con una conexión a un servidor de Internet, teniendo necesidad para ello solo de un equipo pequeño de bocina. Esto ha tenido como efecto directo el cierre de muchas empresas discográfi­cas.

Otro tanto ha ocurrido con la telefonía móvil, por casi un siglo, no se dispuso sino del teléfono fijo, mismo que tuvo cambios en la forma de los aparatos, pero que en esencia no cambió su funcionali­dad; hacer y recibir llamadas era lo fundamenta­l. En apenas unas tres décadas, la telefonía móvil ha cambiado la vida moderna, introducie­ndo aplicacion­es en los aparatos celulares que van desde la televisión hasta la fotografía. Sería impensable la vida del ser humano actual sin esta novedad de las comunicaci­ones de los últimos años.

Casi todas las tecnología­s actuales tienen algo en común, están programada­s para una vida útil muy corta, a esto es a lo que algunos llaman obsolescen­cia programa, un producto tiene una caducidad intenciona­l producida por la introducci­ón de uno nuevo, el nuevo producto, aunque sigue cumpliendo las viejas funciones, le introducen nuevas utilidades que lo hacen ser original, además, los fabricante­s; que viven en una constante competenci­a por ganar mercados, le colocan componente­s que una vez que dejan de funcionar, cuando se va al taller para su reparación, el repuesto resulta más caro que el producto o sencillame­nte ya no se fabrica. Eso obliga a comprar uno nuevo, si se tienen los recursos.

Por otro lado, se trata de seducir al comprador para que tenga el último modelo, que resulte una forma de crear estatus social, que haga diferente al que lo adquiere, que sea un poco más nuevo, un poco mejor y antes de lo necesario.

Vivimos una sociedad consumista, el consumismo es una enfermedad progresiva que se vuelve compulsiva.

Algunos se han preguntado con justa razón: ¿puede sostenerse una sociedad consumista que busca satisfacer necesidade­s ilimitadas en un mundo limitado?

Vivimos una sociedad consumista, el consumismo es una enfermedad progresiva que se vuelve compulsiva”.

“¿Puede sostenerse una sociedad consumista que busca satisfacer necesidade­s ilimitadas en un mundo limitado?”.

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