Diario El Heraldo

Invitado La ausente seguridad en los centros educativos

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la seguridad no depende solo de eso. Hay asuntos más trascenden­tes que tampoco el gobierno atiende.

La seguridad emocional y afectiva de los y las jóvenes, niños y niñas no interesa al Estado. Las institucio­nes formadoras de nuestra niñez y juventud carecen de personal especializ­ado para atender este aspecto tan importante. No hay consejeros, orientador­es, psicólogos, trabajador­es sociales en las escuelas primarias y centros básicos. En las institucio­nes de secundaria el gobierno no tiene presupuest­o para nombrar nuevos especialis­tas en este ramo. Hace ya unos cuantos años el gobierno empezó a provocar el cierre de biblioteca­s, aulas de educación especial en la mayoría de centros educativos del país. En resumen: en el tema de seguridad los centros educativos están en abandono.

Son los padres de familia los que toman iniciativa­s e invierten en este aspecto, principalm­ente en los colegios. El gobierno solo ejecuta shows mediáticos con la Policía y el Ejército. Las intervenci­ones militares o policiales no ayudan a la seguridad educativa. Solo son parte de una estrategia mediática.

La violencia en los centros educativos es un reflejo de la violencia en nuestra sociedad, que va más allá de los pleitos de adolescent­es y los asesinatos que se han dado en algunas escuelas y colegios. La violencia está de manera cotidiana en la calle, en los barrios de los jóvenes donde la pobreza abunda. La violencia se refleja en los niños que no tienen que comer, en los que no pueden comprar sus cuadernos, sus libros. La violencia está viva en los abandonado­s por la emigración obligada de sus padres.

La violencia golpea a los que no pueden dar contribuci­ones para pagar profesores que el gobierno no nombra. La violencia se muestra cuando niños y jóvenes abandonan centros educativos por el alto costo del transporte. La violencia se evidencia cuando desaparece­n paulatinam­ente las jornadas nocturnas en la mayoría de colegios.

La violencia está ahí cuando los policías y militares ejecutan un show planificad­o por un gobierno incapaz de garantizar la ejecución de una política de seguridad seria, amplia y permanente en las escuelas y colegios de los pobres ejen que mi prosa vuele por los cuatro vientos, no la aprisiones y engavetes para que fenezca sin dar a conocer su contenido, la gaveta la carcomerá, la llenará de polillas y se derruirá.

Déjala que vuele, que sea libre para que exprese lo que mi alma siente, que el palpitar de mi ser sea volcado a la hoja virgen y que plasme con tinta del corazón las palabras que brotan como fuente cristalina y pueda dar mi opinión.

Canto a la vida, canto al corazón, hablo de la pasión por amar sin tregua, de la fe, la esperanza, de la tristeza, del orgullo de ser hondureño, defiendo al ejército de los que usan escoba como armas, hablo de la contradicc­ión que existe en las aulas en donde los educando se adiestran para salir a romper vidrios, manchar paredes y siembran caos, porque las palabras de sabiduría han sido escondidas por los mentores insatisfec­hos, que lo que desean solo es el pan del estómago y no desean compartir el pan del saber.

Canto a los vientos las penalidade­s de la tercera edad, los que se están marchitand­o lentamente, los que sus pasos cansadinos los llevan a un futuro incierto, donde muchos serán el despojo de una sociedad cruel, que los margina, que no merecen las atenciones de un brazo cálido que los abrace, que les den palabras de aliento, decirles que los amamos porque son seres que por ellos nosotros estamos aquí, que nos importan y que su dolor es nuestro dolor, que su tapia la corregimos al hablarles un poco mas fuerte y que su falta de visión la compensamo­s cuando le relatamos lo que acontece para que el ojo de su mente vuele al infinito y vean a través de nuestra palabra el mundo que lo rodea.

La prosa que escribo es denunciand­o la negligenci­a de todas las autoridade­s, que sabiendo que se necesitan obras para que las necesidade­s diarias dejen de escasear porque la falta de represas de aguas hacen que las ciudades agonicen, que no nos muramos de sed, que año a año nos arrastran a los racionamie­ntos

Las institucio­nes formadoras de nuestra niñez y juventud carecen de personal especializ­ado para atender este aspecto tan importante”.

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