EntrE paréntEsis A un clic de distancia
después). Clic (apago el ordenador). Suena el teléfono. Clic, contesto y habla una voz amable, pero mecánica ofreciendo descuentos de una casa comercial (le digo “no, gracias”). Clic. Cuelgo. Está atardeciendo. Clic (enciendo la lámpara). Tengo hambre y abro la refrigeradora, tomo un recipiente de plástico y lo llevo al microondas. Clic. Clic. Clic. Clic. Unos minutos después, mi comida está caliente. Clic (cambio de párrafo).
Hoy todo está a un clic de distancia. La información -real o falsa- que atraviesa husos horarios, la diversión en un aparato de reproducción de imágenes o música, la remisión de un documento de trabajo, el dinero en un cajero automático. Poco a poco, la tecnología ha co- locado al alcance de nuestros dedos aparatos diversos que facilitan y vuelven instantánea la satisfacción de necesidades cotidianas. El uso del tiempo libre, una tarea escolar o universitaria, las actividades más básicas del hogar, las comunicaciones en general. Lejanas quedaron manivelas, manubrios, palancas, perillas, pedales y bielas. Con mínimo esfuerzo y una dosis de motor fino, basta oprimir con el índice y ¡listo!
Días atrás debí llenar una credencial, elaborada en una pequeña cartulina, viéndome obligado a buscar y desempacar la vieja máquina de escribir manual que tenemos en casa. Extraerla de su estuche y percibir el aroma a cinta entintada llenó mi mente de recuerdos. Hacía varios años que no escribía con ella. Al insertar la cartulina en el rodillo –todavía aceitado y funcional- dudé un poco al pulsar la primera tecla, pues debía hacerlo con fuerza y determinación si quería que el tipo imprimiera esa primera letra. Fue hasta entonces que me percaté de que mis dedos se habían malacostumbrado tanto a los suaves clics de los aparatos modernos que debía avanzar con lentitud para asegurarme que oprimía bien cada una de los botones del teclado (¿clics “prehistóricos”?).
La facilidad para comunicarse de hoy (con un clic) nos ha convertido en personas impacientes. ¿Cuántas veces no hemos recibido un reclamo “por nuestro si- lencio” tan solo porque no hemos remitido respuesta a un correo electrónico en un par de horas, o a un mensaje por teléfono móvil de forma inmediata? La rapidez del flujo de datos es tan abrumadora, que no hacer clic al “tuiter” nos convierte en “desinformados”, estando apenas a un clic distancia de ser sujetos de crédito o parias.
Confieso por ello que, dudando como escribir esta onomatopeya, acudí al diccionario. Con un clic descubrí que la grafía es correcta y que -efectivamente- sirve para reproducir sonidos, como el de pulsar un interruptor y el de apretar el gatillo de un arma. Hoy, hasta la vida misma pende pues de un clic o dos (Clic. Clic. ¡Bang!)
Hoy todo está a un clic de distancia. La información -real o falsa- que atraviesa husos horarios, la diversión en un aparato de reproducción de imágenes o música, la remisión de un documento de trabajo, el dinero en un cajero automático”.